viernes, 24 de junio de 2016

Agradecido

Queridos papá y mama:
               Os escribo desde más allá del olvido. Y escribo desde tan lejos porque no ha sido fácil encontraros: no tenéis un domicilio fijo donde enviaros la correspondencia ni tampoco os he podido localizar en ninguna de las tantas “granjas” de rehabilitación por las que habéis pasado en todos estos años de peregrinación o huida hacia ningún sitio; siempre que yo llegaba vosotros ya os habéis marchado sin dejar ni rastro. A través de Instituciones Penitenciarias la cosa no fue muy fácil que digamos, no os podéis hacer una idea de la cantidad y calidad de trabas burocráticas que son capaces de poner.
               Pero, por fin, logro contactar con vosotros, y me ha dado una enorme alegría, ya que llevo muchos años queriendo agradeceros haberme dado la vida.
               Quiero agradeceros que gracias a vuestra vida, digamos que disoluta, entreverada de drogas, alcohol y presidios, y tras infinitos e inefables avatares, recalé en un maravilloso Centro de  Menores. Un Centro donde me agasajaron con el sucedáneo de calor familiar  que un niño de corta edad necesitaba.
               Gracias a vosotros y a mi internamiento en el Centro, logré conocer a una verdadera familia, compuesta por muchos niños con una situación parecida a la mía o incluso peor: vosotros, por lo menos, no habíais engalanado mi minúsculo y desvalido cuerpo con magulladuras, moretones y quemaduras de cigarro, entre otras cosas que es mejor callar. Con estos niños aprendí a discernir el bien y el mal, pero un bien y un mal que vosotros sí conocéis pero que el resto de la gente lo entiende o interpreta de un modo muy diferente. Con estos niños, al fin y al cabo los hermanos que nunca tuve y siempre desee, aprendí que el olor a gasolina impregnada en un trapo sirve para menguar la sensación de hambre que asola las tripas y la mente del que lo padece. Asimilé también que el pegamento inhalado pega un “pelotazo”, como vosotros diríais, en la cabeza que te hace dejar de sentir aquello que hace sentirte peor. Lo de hurtar, sirlar y pasar hachís sin que la policía se dieran cuenta, vino algo después. Gracias a vosotros supe de todas estas cosas que te ayudan a "sobrevivir", mientras vosotros deambulabais cuasi moribundos y a trompicones por los poblados de cualquier ciudad de España, mendigando o suplicando tal vez una puta micra de caballo con la que cabalgabais hacia un lugar de difícil retorno.
               Gracias a vosotros y a la vida que me habéis dado, logré averiguar lo que es la verdadera Navidad. Una Navidad aderezada con el cariño de los educadores que libraban y con el de los vigilantes de seguridad que nos custodiaban. Una Navidad con un plato de sopa y varios langostinos para compartir. Una Navidad jubilosa en la que el único deseo era que los escudriñadores ojos de los vigilantes miraran para otro lado para "petardear" el cerebro con una raya de speed o cualquier otra mierda de esas tan beneficiosas para mi pueril salud. Una Navidad dichosa con regalos de la beneficencia. Una verdadera Navidad en familia.
               Por no decir de los cumpleaños. Unos cumpleaños repletos de amigos, con vela en forma de número en la tarta, cumpleaños feliz y regalos envueltos. Unos cumpleaños carentes de los besos y abrazos de unos padres ausentes. Unos cumpleaños felices en familia.
               Gracias a vosotros, la educación aportada y el paso de los años, volví a recalar en otro Centro, aunque esta vez penitenciario, el cual tú, papá, conoces muy bien, ya que cinco años de tu desdichada vida los pasaste entre sus barrotes. Cuatro años de condena dan para mucha narración, pero a estas alturas de la vida, a quién le importan. Sólo deciros, para resumir y no aburriros, que el Capellán de la prisión se preocupó mucho por mí, e hizo todo lo que estaba en su mano para que no me metiera en más problemas de los que ya llevaba y que pudiera acceder a los estudios universitarios que, posteriormente y una vez en libertad, finalicé con éxito.
               Ahora, y siempre gracias a vosotros y ese inestimable apoyo que me brindasteis, puedo escribiros esta carta desde la mesa del despacho del bufete de abogados que he montado junto con uno de los compañeros del Centro, que, como yo, ha salido de la peor de las mierdas imaginables.

               Gracias, papá y mamá. Sin vosotros todo esto no hubiera sido posible. 

miércoles, 15 de junio de 2016

LA ESTELA DE LOS BUITRES.

La Estela de los Buitres es un grabado sumerio que representa a una falange que desfila victoriosa sobre un suelo atestado de los cadáveres de los soldados vencidos a los que acuden los perros y los buitres. Soldados que tuvieron la oportunidad de defenderse ante el empuje de los vencidos.

            A la estela de los buitres que los asesinos de ETA han acudido muchos perros y muchos buitres. Perros y buitres que han querido hacer desaparecer a los fenecidos vilmente asesinados y, de este abyecto e infame modo, sacar réditos y presentarse así ante los desmemoriados como honestas personas y de buena fe. Buena fe que les desbrozará el camino del poder y de los intereses particulares y los de unos pocos, cambiando al perro de collar. Collar que ahoga subrepticiamente la vida de personas comunes, de honor y de paz, a las que les falta el aire. Un aire ponzoñoso y contaminado de palabras, gestos y acciones que nos hacen retrotraernos a pretéritos tiempos en los que tronaban los cañones. Cañones de pólvora mojada, salvo los suyos. Suyos han sido los que con palabras embaucadoras y aprovechándose de la lógica indignación han acercado su sardina al ascua. Ascua que no se apagará en el corazón de los padres, mujeres, hijos y hermanos de todos aquellos que murieron asesinados, y que, al contrario que los soldados defenestrados en la Estela de los Buitres, no tuvieron la oportunidad de defenderse.

domingo, 12 de junio de 2016

LA ESTULTICIA BÍPEDA.


            Han de saber vuesas mercedes que uno ante ciertos asuntos anda ojo avizor, más por cotilla que por poseedor de una notable inteligencia de la que no disfruto, y hállome alborotado por insólitos sucesos que ocurren a mi alrededor, que más parecen venir de extraños encantamientos que de la pura  realidad.
Parte I.
            Transcurría la bella temporada de las flores, y encontrándose ésta en su punto álgido, hubo un calamitoso hecho en una localidad cercana a este Real Sitio, que tiñó de negro nuestro límpido cielo azul.
            En éstas, paseábamos muy acaramelados mi dama y yo por lo que ahora han dado en llamar la zona industrial de nuestra localidad. De repente, observamos cómo una cuadrilla de bomberos, exhaustos de batirse con las llamas que pigmentaron de oscuro el cielo, se afanaban sobre algo, que oculto a nuestros ojos, acaecía en el arroyo, ahora canalizado, que cual bisectriz divide en dos la zona. Nuestra curiosidad, poderosa cual forzudo de circo, nos hizo acercarnos a la artificial ribera del arroyo y, sin dilación alguna, preguntar por los hechos que allí sucedían. Una amable señora, mucho más alta que ancha, de magras carnes y más cercana a los sesenta que a la cincuentena, y caminante por galena prescripción, nos informó del ciclópeo infortunio que se cernía sobre el arroyo: una familia de ánades, constituida por madre y cinco vástagos que ante el revuelo  nadaban frenéticos sin rumbo ni concierto, se encontraban desamparados ante la corriente del arroyo y corrían el riesgo de fenecer en el mismo agua, con la misma corriente, que les vio nacer y que, por otro lado les daba la vida. Todo esto fue dicho con la consternación dibujada en el rostro de la estulta paseante, que estaba realizando su buena acción del día: el lanzamiento de la familia de ánades del que hasta el momento era su hogar, elegido por ellos mismos.
            Estupefactos ante tamaña estolidez, este humilde servidor y su dama continuaron el camino interrumpido por la estupidez bípeda.

Parte II.

            Asomábanse por el horizonte  tiempos de canícula cuando emprendimos viaje hacia tierras extremeñas en compañía de unas amistades de trato cuasi familiar. Escasos días de disfrute por aquellas tierras se nos presentaban.
            Nuestras amistades, grandes amantes de la Naturaleza y de la vida animal, poseían un apacible gato al que proveyeron de vituallas suficientes como para pasar bastantes más días que los que íbamos a emplear en nuestro viaje, ya que el lindo minino no podía acompañarnos. Próvidas nuestras amistades, dejaron abierto el balcón de su hogar  para que su animal de compañía pudiera solearse como a él le petare.
            Pero hete aquí, que el día de nuestro regreso, al lindo minino le dio por maullar desde el balcón, por otro lado cosa habitual entre todos los integrantes de su especie, y estos maullidos alcanzaron los oídos de una estólida bípeda que plácidamente apuraba un vaso de caña de cerveza soleándose, al igual que el gato, en una cercana terraza. Estos mayidos alarmaron sobremanera la buenista conciencia y la desmedida ignorancia de la que, muy a nuestro pesar, se iba a convertir en la protagonista de esta vera historia; lo que la hizo comunicar a las autoridades tan grande atrocidad que, a su necio parecer, se estaba cometiendo con el  maullador, que no ladrador (eso sí que hubiera sido preocupante tratándose de un felino), animal de compañía de nuestras amistades.
            Acudieron al domicilio donde habitaba nuestro querido micho varios guardias, que fueron privados de ocuparse de otros menesteres no menos importantes,  para constatar las palabras y sensaciones de la estólida, alarmada y alarmante bípeda. “Efectivamente, este gato anda desamparado y desasistido en este mundo feroz”, certificaron al punto los representantes de las autoridades.
            Mientras tanto, muchos bípedos desocupados, algunos estultos  y otros no, algunos sembradores de cizaña y otros no,  algunos repartidores de rumores y otros no, se fueron arremolinando ante la presencia de tanto guardia, creyendo ver aquí una situación que excitara su mórbida curiosidad  hasta el paroxismo.
            Viendo el revuelo que se originó, acudieron familiares de nuestras amistades alertados por el gentío y temiendo que un terrible suceso afectara a la integridad de alguno de los miembros de su familia. Los guardias acompañaron a los familiares al domicilio que a disposición del félido se encontraba, quisieron atestiguar el estado de “abandono y desamparo” y no quisieron reparar en la vituallas ni en las excelentes condiciones de vida en las que el minino se hallaba. No sé si por propia estulticia o por acallar a la caterva vocinglera que se acumulaba bajo el balcón, obligaron al familiar a que se hiciera cargo del gato maullador “abandonado”, una vez hollado el hogar donde se acumulaban alimentos suficientes para la supervivencia del felino sin tener que recurrir al instinto cazador, a día de hoy emasculado,  que esta especie posee de manera innata. Y todo sin la presencia en su casa de nuestras queridas amistades, a la sazón dueñas del gato y de la casa.
            Pero no todo termina aquí, ya que algunos desinformados informadores locales polemizaron largo y tendido sobre el maltrato animal, originado dicho debate por la comunicación de los funestos hechos aquí tratados por las autoridades municipales a la prensa.


            Todo lo anteriormente narrado son hechos verídicos y vividos en primera persona por quienes esto escriben, a quienes les han hecho reflexionar sobre la estulticia que sibilinamente se ha ido apoderando de los seres bípedos. Nos preguntamos si es necesario tener que alertar a servicios de emergencia para “rescatar” del hogar por ellos elegido en su hábitat natural donde, por otro lado, crían y sacan adelante a su prole año tras año una pareja de ánades reales, que luchan por su supervivencia como cualquier otro animal salvaje; o si debemos alarmarnos y alarmar a las autoridades competentes porque un lindo félido maúlla desde el balcón del domicilio donde le cuidan y atienden adecuadamente, privando de este modo a otros bípedos del servicio que puedan prestar estas autoridades ahora ocupadas en un inexistente e inefable (por esperpéntico) rescate. Del mismo modo, nos preguntamos si la estulta bípeda que se alarmó por los mayidos de un gato se hubiera dado tanta priesa en avisar a los guardias si hubiere sido testigo de una agresión a una mujer, un atraco o un aborto, verbigracia; o tal vez hubiera girado la cabeza para no ver y, de esta hipócrita manera, no tener que alarmar a las autoridades competentes.