domingo, 9 de noviembre de 2014

Responsabilidad de los cargos electos



Pues resulta que hay señores en España, que ostentan cargos públicos, que no se han enterado muy bien de qué va eso de la función pública, eso del servicio al ciudadano por el que muchos han dado la vida, eso tan antiguo que los griegos denominaron democracia.
                Y a todos, al leer estas palabras, se nos vienen a la mente multitud de nombres.
                Pues resulta que uno de esos señores, acomodado en el terciopelo rojo de la poltrona de un Ayuntamiento de una gélida ciudad castellana, ubicado en ella por la voluntad del pueblo soberano para cumplir con su programa electoral, se bajó vergonzosamente los pantalones para que le patearan el culo. ¿Y quién le pateó el culo? Pues los de siempre, señores: los demócratas de contenedor quemado y botellazo al policía; los demócratas que se arrogan con la soberanía popular en las calles, con algaradas y disturbios, en lugar de con votos en las urnas; los demócratas que, muchos de ellos, nunca ejercieron el derecho a votar; los demócratas que ejercen “su” libertad hollando con fuerza los derechos y libertades del resto de ciudadanos; los demócratas que hacen uso de la violencia cuando algo no les interesa, como el que, sin llevar la razón, eleva el tono de su voz hasta convertirlo en grito en las discusiones triviales de barra de bar.
                Pero no son estos demócratas los únicos responsables, ni siquiera los máximos responsables.
                El máximo responsable de semejante desaguisado es un pusilánime alcalde con una terrible y temible falta de arrestos para representar la voluntad popular de su ciudad. Por miedo, por vergüenza o por consecuencias políticas (que le defenestren de su poltrona, verbigracia) dio la razón a los demócratas de algarada y litrona arrojadiza, quitándosela, a su vez, a aquellos que pusieron su esperanza y confianza en él en las urnas, con el único objetivo de hacer de su ciudad un lujar mejor y más habitable. Y lo peor de todo, sentando un peligroso precedente que, un año después, hace resurgir los disturbios porque a unos pocos no les gusta que se remodele una plaza de toros ,y, como ya les dio la razón cuando se impuso su voluntad de la hora de reformar una calle, buscan su objetivo con desordenes.
                Pues resulta que algunos todavía no se han enterado que un cargo público lleva aparejada una responsabilidad (que siempre suele diluirse en cargos inferiores); y esa responsabilidad no es otra que el compromiso que se tiene con las personas que , dentro de la legalidad establecida, votan. Y si no se puede o no se quiere cumplir, pues habrá que dedicarse a otra cosa… Mariposa.
¿Qué será lo próximo? Lo desconozco, pero me da a mí que este señor, con su cobardía, no va a poder realizar nada que se ajuste al interés de la mayoría silenciosa, enemiga de levantamientos callejeros, enemiga de pagar con sus impuestos los destrozos, enemiga de que apedreen a los funcionarios encargados de protegerles, enemiga, en definitiva, de que sus derechos sean pisoteados y sus impuestos sean empleados en pagar los desmanes de los que no saben lo que es vivir en libertad.

P.D. Nótese la ironía al utilizar el término demócrata.
P.S. En este artículo no quiero decir que se tenga o no razón, o que la obra sea justa o injusta, sólo quiero hacer notar la falta  de responsabilidad de algunos  cargos públicos electos. Y nada más. Lo demás será otro debate.

sábado, 30 de agosto de 2014

Los edificios o las calles 2ª parte



             Los edificios de las calles de los barrios periféricos rezuman esfuerzo y sudor, coraje e ilusión, esperanza y valentía; y están habitados por esa clase de personas que no hinca la rodilla ante la adversidad, apretando con fuerza los dientes y respirando el arrojo que le insufla la necesidad, y son atletas esforzados por alcanzar raudos su meta.
            Los edificios de las calles de los barrios huelen a libros de segunda mano apilados sobre modestos escritorios de aglomerado, mientras en el salón berrean los cínicos desde el aparato de televisión; huelen al agrio sabor de las manos encallecidas de padres abnegados que se dejan la vida, y la salud, para educar y dar estudios a su prole; huelen a la necesidad de mejorar y de ofrecer un futuro mejor; huelen a trabajos de fin de semana y a publicidad en los buzones, que ayudan en los gastillos.
            Los edificios de las calles suenan a dedicación en lo que se emprende y a horas que luchan encarnizadamente contra el reloj; suenan a honradez tras la mesa camilla y a dulces valores en la cocina, frente a la llama azul que alimenta el butano; suenan a la sinfonía que desmigan los humildes y a la polonesa del piano de las noches en vela, donde el café y la luz del flexo aliñan los libros de texto.
            Los edificios saben a la funda azul del trabajo bien hecho, que cuelga , como un espíritu sin cuerpo, de la cuerda de tender y a la bata blanca de inmaculados lamparones de mujer de la limpieza; saben a dolores de espalda y a friegas de alcohol de romero; saben a tomates recién recolectados y a barro de regadío adherido a las suelas de los zapatos; saben a la virtud de las cosas que se saben hacer bien y a esfuerzo concentrado; saben a ganas de prosperar y a ganas de salir de la indigencia moral que les rodea.

P.S. Gracias Juanju por la idea.

jueves, 28 de agosto de 2014

Las calles



Las calles de los barrios deprimidos (mal llamados obreros) de las periferias modernas se hallan atestados de personas sin espíritu y sin sombra, sin esperanza y sin aliento; llenas de personas abúlicas y hastiadas, con risas artificiales y vidas deshabitadas.
            Las calles de los barrios deprimidos y deprimentes huelen a marihuana y a cerveza de yonky-lata; huelen a mierda de perro y a pútridos jardines que perdieron el nombre y la virtud por el camino; huelen a papeles publicitarios tirados por el suelo y a mala educación enraizada en el alma; huelen a tabaco de liar y a colillas arrojadas al suelo hollado por el paro y revestido de subsidios; huelen a orín etílico y cristales rotos.
            Las calles de los barrios suenan a estridentes chillidos de princesas del pueblo desaforadas en el fondo y en la forma y a llanto de niños que se caen, porque no tienen otro sitio donde caerse muertos; suenan a eructos con resonancia a lúpulo y a voces intempestivas; suenan a acentos exóticos e idiomas ininteligibles inventados para la ocasión, que coaccionan a los jóvenes en los parques; suenan a calderilla de Euro y a aire embolsado que los niños estrujan para hacer sonar la traca final de una fiesta sin fin.

            Las calles saben a desconsuelo y a malos tratos consumados; saben a droga destructiva e implacable y a locura de andar por casa, con tratamiento de trankimazín aderezado con vino encartonado; saben a zozobra y a partida de tute en tascas de asfixiante ambiente; saben a envidia de rancio abolengo enquistada en el aire y a whatsapp con piercing en el ombligo; saben a lenguas adolescentes que se buscan en los callejones oscuros sin futuro, y que una vez que se encuentran explosionan en un amor volcánico sin protección pero con consecuencias.
            Pero las calles de los barrios periféricos también huelen a traficantes de medio pelo con los dedos de la mano y el cuello enjaezados en oro de abultados quilates, y el BMW aparcado en la puerta por si hay que salir huyendo; también  huelen a billetes de despidos procedentes y subsidios improcedentes; también huelen a vagancia adquirida por años de ayudas, por peces regalados, nunca pescados.
            Las calles de los barrios también suenan a televisores de plasma y a tonos chabacanos de teléfonos móviles de última generación; también suenan a motores de aires acondicionados para soportar la canícula y a ladridos de perros de razas peligrosas; también suenan a altavoces iracundos en coches de miles de euros y a risotadas nocturnas derivadas del hachís.
            Las calles también saben a tatuajes para lucir en las playas de Gandía y al roce de las bolsas de las tiendas de moda; también saben a cocido y a paquetito de Marlboro de la máquina del bar (el estanco queda demasiado lejos para ahorrar); también saben a la tapita caliente con las cañas del mediodía y al vil cubata de después de cenar, que nos desinhibe para deleitarnos con el salado gusto que desprende la piel de nuestra parienta o el anodino sabor que destilan las putas del club de la esquina.

viernes, 1 de agosto de 2014

Subversivo

            Moratalaz no es el barrio donde las musas precisamente campen a sus anchas, o eso es lo que se suele creer; pero, como bien es sabido, estas deidades lo reciben a uno donde menos se lo espera: en un bar de dicho barrio charlando con un buen amigo. En esta conversación me comentó que a él lo que le parecía realmente subversivo no eran las algaradas callejeras, sino lo que decía un poema de Pierre Paolo Pasolini que ensalzaba la figura de los policías parisinos frente a los desaforados, luego atemperados, manifestantes de mayo del sesenta y ocho.
            Este comentario de mi amigo desató en mi interior una marea de ideas de lo que es subversivo y de lo que no lo es, o de lo que creemos que es subversivo y, efectivamente, en su momento lo fue pero ahora no lo es, aunque lo parezca.
            Bien es sabido que la vestimenta ha sido siempre utilizada como expresión de rebeldía o descontento por diversas corrientes sociopolíticas, tanto en jóvenes como en no tan jóvenes. Muchos cambios de actitud se basaron en cambios a la hora de vestir. Y al hilo de esto me hice algunas preguntas: ¿Es revolucionario que las mujeres vistan pantalón o los hombres vistan vaqueros? En su momento lo fue, pero ahora lo rebelde sería vestir con falda las mujeres y de traje los hombres, ya que la popularización de dichas prendas les ha hecho perder su carácter subversivo: todo el mundo las viste, desde los infantes lactantes hasta los octogenarios que pasan sus vacaciones en Benidorm  en el mes de noviembre. Se ha implantado la tiranía de los pantalones vaqueros, y esto ha convertido en subversivo la corbata o la falda, que aparecen como opuestos a estas prendas tan aceptadas.
           
        Pero de estas cosas, en apariencia superficiales, mi pensamiento fue divagando a materias con más peso específico, con algo más de enjundia que la vestimenta. Y me pregunté si hoy era subversivo protestar como un iracundo, vociferando a diestro y siniestro, arrojando adoquines a la Policía sin buscar debajo la arena de la playa e incendiar contenedores que obstruyan calles transitadas por horrorizados ciudadanos. Las respuesta es sí, si tenemos en cuenta que se intenta de este modo subvertir (trastornar, revolver, destruir) el Orden Público y la Paz Social. Pero mucho más revolucionario, y a la par más efectivo, que todo esto es preparar el futuro, y de este modo cambiarlo, estudiando, trabajando y emprendiendo proyectos con titánico esfuerzo, que es como se consiguen las cosas. De poco sirve apedrear los vehículos de la Policía o incendiar el mobiliario urbano (que luego hay que sustituir y reparar con el dinero de todos y cada uno de los ciudadanos que abonan sus impuestos religiosamente) si luego regresamos a nuestro hogar, nos apropiamos del mando a distancia, nos arrellanamos – cuando no nos tiramos directamente- en el sofá y deglutimos estiércol a zapadas. O nos dedicamos a  consumir sustancias espiritosas con el único objetivo de conseguir el placer de la risa, que ya bastantes atribulados se encuentran los desamparados.

Y así pensamos que cambiamos el mundo.            
    Pero más se consigue preparándose concienzudamente para lograr los objetivos personales y así, desde el púlpito desde el que se consiguen cambiar las cosas, intentar luchar con nuestros conocimientos para cambiarlas: Se necesitan científicos capaces de cambiar conceptos y situaciones con sus capacidades; se necesitan maestros que ilustren a nuestros niños para ser adultos libres y capaces de elegir; estamos necesitados de repúblicos capaces de liderar los cambios indispensables para que la sociedad prospere, etc.
            A día de hoy, es subversivo ser culto, ya que con ello el hombre se hace libre, se hace crítico por pensar por sí mismo, y eso provoca que se convierta en un ser incómodo (¿subversivo?) para el propietario del poder que ve cuestionados, de esta manera, sus dogmas. Para este último –o mejor dicho, para estos últimos, pues muchos son- es mejor que la educación de calidad y la Cultura (sí, con mayúsculas) no lleguen al pueblo, así éste continúa sobreviviendo a base de tópicos, sin libertad, y puede ser manejado al antojo de los patricios políticos. Y cuando me refiero a culto no me refiero a quien ha leído algunos libros en lo que nos dicen lo que queremos oír, sino que también ha leído muchos libros en los que se nos dice lo que no queremos oír; y ha leído y escuchado a los clásicos y a los que no lo son; y se ha comprometido consigo a adquirir conocimientos que le hagan ser más feliz o más infeliz, pero, seguro, que le harán más libre.
          
  En definitiva, hoy no es subversivo pertenecer o seguir los pasos de esa inmensa mayoría con vocación de “minoría”. Hoy, por contra, es subversivo hablar de usted al respetable – de tú perdería tal condición-; hoy es subversivo llamar a las cosas por su nombre, no buscando eufemismos que son aún más despectivos y dolorosos, así como sorteadores de la verdad; hoy es subversivo pensar – de manera real y pura, sin ficciones de cara a la galería- en los demás y preocuparse de su bienestar incluso por encima de de uno mismo; hoy es subversivo combatir el sectarismo y la hipocresía que inunda todos y cada uno de los ámbitos sociales que configuran nuestro país.

            Hoy, como siempre, es subversivo nadar a contracorriente.

lunes, 21 de julio de 2014

Bando de la Alcaldía



             El acémila del alcalde, venido a más por haber traído a la aldea, y sobre todo a su persona, la riqueza con la conversión de sus tierras de labor en el centro de vacaciones “Encina D’or”, clavó, cual Lutero protestante, la chincheta que irremediablemente adhería el Bando de la Alcaldía a la corchera y a la vida de los vecinos. Pocos en el pueblo leyeron el bando, aunque la comidilla de lo allí escrito se extendió como una plaga bíblica; algunos, los menos, soltaron en público algún improperio en el cual la señora madre del alcalde no salía muy bien parada, otros, los más, agacharon su cabeza y si acaso se quejaban en silencio en el rincón más oscuro de sus hogares, continuando irremediablemente con su rutina diaria. Y todo porque en el Bando se podía leer los siguientes términos:


Bando de la Alcaldía


            El Alcalde-Presidente hace saber que, en virtud del poder que los habitantes de la localidad me han otorgado mediante la legítima celebración de las elecciones municipales, debido a la creciente contaminación que sufre la aldea y en aras de cumplir fielmente con el Protocolo de Kioto, quedan TOTALMENTE prohibidas, tanto en el ámbito público como en el privado, las siguientes acciones humanas:

Expeler de su cuerpo cualquier tipo de regüeldo.

Expulsar cualquier tipo de flatulencia, bien sea sonora u olorosa.

            Lo anteriormente expuesto se hará extensible a los denominados animales de compañía, así como a los animales de granja cuando éstos transiten por el casco urbano de la localidad.

            Todas las anteriores  acciones provocan la perniciosa contaminación de nuestro aire y de nuestra acústica, y debido a las lacerantes situaciones de agravio al Medio Ambiente que la sociedad occidental y de consumo implanta sobre nuestra aldea, ha sido necesaria la toma de las medidas que aquí se consignan.

            Por tanto, y con el único objeto de mitigar en lo posible el agravio medioambiental anteriormente señalado, este Ayuntamiento tiene a bien imponer las siguientes sanciones por infringir los preceptos que motivan este Bando:

-Por expeler regüeldos en público, con notorio desprecio por la calidad acústica de nuestro acogedor entorno, se impondrá la sanción de cien (100) euros.

-Por expeler regüeldos en el ámbito privado, oído esto por algún vecino con ínfulas de esculca, el autor de tan despreciable acto será sancionado con setenta y cinco (75) euros.

-Por excreciones de flatulencias anales olorosas y sonoras, la sanción ascenderá a doscientos (200) euros.

-Por flatulencias anales olorosas, pero en nada acústicas, se impondrá la sanción de ciento setenta y cinco (175) euros.

-Por flatulencias sonora pero no olorosas, la sanción será de ciento cincuenta (150) euros.

            En el supuesto de las excreciones flatulentas, el ámbito público y el ámbito privado quedan subsumidos el uno en el otro y viceversa.

            De igual manera, se hace saber que con el montante recaudado por las sanciones impuestas por tan execrables acciones humanas, así como con la ayuda de subvenciones de índole estatal, se ha de edificar en nuestro municipio el “Centro Universal del Universo para el Análisis y Estudio de la Contaminación Generada por el Cuerpo Humano”; centro que por sus características será único en el Universo y del que se tiene una imperiosa necesidad de creación. Asimismo, se hace constar que la construcción y mantenimiento del referido centro generará diez empleos directos y alrededor de doscientos puestos de trabajo indirectos. Acogerá en su seno, una vez finalizada su construcción, la celebración de las importantes reuniones y congresos de expertos mundiales en la materia y atraerá a una ingente miríada de turistas interesados en las actividades que se desarrollarán, colocando a nuestro municipio en el lugar que le corresponde en el mundo.


El Alcalde-Presidente.




Posdata: Tras la asunción de los preceptos incluidos en el Bando por parte de los habitantes de la aldea, le sucedieron a éste numerosos Bandos más en los que el señor Alcalde-Presidente regulaba cualquier tipo de actividad íntima. Verbigracia: reguló la cantidad máxima semanal de  excreciones seminales de los varones de la aldea, tanto residentes como visitantes, bien fuera fruto de las amigable coyunda como del antisocial onanismo; estableció normas específicas sobre la cantidad de cebolla y de huevo que deberían llevar las tortillas españolas, en aras de mantener la pureza y el sabor de la tortilla autóctona; tampoco se puede olvidar la correspondiente quema de libros privados que atentaran contra los intereses legítimos del Ayuntamiento y, en especial, de su regidor… Todas ellas entre otras muchas que no vienen al caso, pero que los ciudadanos acataron sin rechistar, como algo normal, ya que ni alteró la programación televisiva de los espacios de entretenimiento ni los horarios del sacrosanto fútbol.