sábado, 23 de abril de 2011

Curiosidad

            Se puede pasar las horas absorto en la contemplación del comportamiento de  un pequeño niño, en cómo observa todo lo que le rodea, en cómo mira con ojos atentos cada fragmento de vida que ante él pasa. Como se suele decir, son “esponjas” que absorben todo el líquido de la experiencia y el aprendizaje; raudos balbucean sus primeras palabras a imitación de lo que sus oídos escuchan; veloces inician sus indiscretas y, muchas veces, fatigosas preguntas sobre el porqué de las cosas… Y el motor que les impulsa es la curiosidad. La curiosidad por observar el nuevo mundo que les rodea, la curiosidad por averiguar cual es su papel en el mismo, la curiosidad por aprender de todo ello.
            La curiosidad pueril, generalmente, se va perdiendo con los años y con la rutina que hace invisibles los paisajes que nos rodean diariamente. El mundo rutinario de los adultos hace desvanecer en  nuestra mente la curiosidad que nos impulsaba a desarrollarnos plenamente en el enriquecedor aprendizaje infantil. Y todos, a cierta edad, queremos ser adultos, sin darnos cuenta de que, de esta forma, perdemos la inocencia y reducimos la curiosidad  que en los primeros años nos mantiene vivos.
            Pero algunos adultos rehúyen de perder en los recónditos abismos de los años su cualidad de curiosos. Porque la curiosidad de estos hombres valientes es lo que nos hace avanzar y medrar en nuestras vidas. Porque gracias a esta curiosidad sobre lo que nos rodea nos hace conocernos mejor como especie que puebla este planeta, aún por descubrir.
            Los grandes descubrimientos de la Humanidad fueron fruto de la curiosidad y de la gallardía de aventureros que no habían dejado de ser del todo niños, como la curiosidad que hace al niño meter la mano entre las piedras para saber qué hay entre ellas…. Pero estos grandes descubrimientos apenas podrían sostenerse sin los “pequeños” descubrimientos que son sus cimientos, alimentados siempre por la curiosidad de alguien.
            Los hombres excelentes siempre se han caracterizado por su desmedida curiosidad, la cual les ha llevado a la observación y, tras la posterior aplicación del correspondiente método, a la materialización de ideas que mejoran o ayudan a mejorar la vida de los demás. Estos hombres excelentes son los niños que los demás nunca deberíamos haber dejado de ser.
            Pero para los agoreros pesimistas que siempre mantienen que la curiosidad mató al gato, Nietzsche sentenció que lo que no me mata, me hace más fuerte. 

viernes, 22 de abril de 2011

Almonte

            El agua verberaba en las esféricas rocas de los riberos con la vehemencia que le daban las pasadas lluvias primaverales. El agua hablaba en su natural idioma mientras se lucía coruscante ante el fulgor del sol de mediodía. Las orillas se poblaban de flores amarillas que perfumaban el rumor incesante del agua, mientras en las dehesas anejas, las sabias y provectas encinas se distraían en el lento paso de su tiempo. Por las laderas escavadas por el río pastaban serenas algunas vacas que con sus cencerros humanizaban levemente la estampa.
            Ningún ruido ajeno al paisaje y a la Naturaleza perturbaba la imaginación del caminante. Ante todo esto, el caminante curioso rememoraba aquellas bucólicas novelas pastoriles tan en boga en el Siglo de Oro; esas novelas que idealizaban los paisajes puros y apenas alterados, donde los pastores loaban y, en otros casos, purgaban sus cuitas de amor. En este entorno el caminante curioso podía ver, prestando mucha atención a su imaginación, a las míticas serranas, con su zurrón de recio cordobán al hombro, brincar de cancho en cancho, de peña en peña; porque no muy lejos de aquí hacía de las suyas la más famosa serrana de Extremadura: la Serrana de la Vera.
            Poco a poco, la ensoñación del caminante se iba difuminando mientras veía la carretera asfaltada, símbolo de la moderna realidad, que atravesaba el valle fluvial. Volvía plenamente al mundo real  tras subir una varga que lo dejó pisando el asfalto y en una señal de fondo marrón se leía: Río Almonte

viernes, 8 de abril de 2011

Hirundidae en el Jardín de la Isla

Un breve paseo por el Jardín de la Isla de Aranjuez puede proveer la tarde de interesantes observaciones ornitológicas. Hoy, en compañía de mi cachorro de humano, hemos estado observando los hirúndidos que pueblan el Jardín, así como algunos rasgos etológicos de los mismos, como la recogida de barro de las cercanías de una fuente para la edificación de su nido.
            Una pareja de golondrinas dáuricas ( Hirundo dáurica) se turnaban recogiendo barro de las cercanías de una fuente de agua potable y, confiadas, dejaban que se acercara mi cachorro a una distancia muy cercana antes de iniciar el raudo vuelo. Lástima que no pudiera avistar la ubicación del nido en construcción, o reparación.
            Los aviones comunes (Delichon urbica) no cesaban de entrar y salir en ágiles acrobacias aéreas de los nidos situados bajo los balcones de Palacio sin parar de emitir sus ruidosos chillidos.
            Las golondrinas comunes (Hirundo rustica) se perseguían en juguetones vuelos  amorosos sobre la ría, preparando una muy que posible cópula que perpetúe, en su humilde medida, su especie.
            Y todas las especies volaban sobre el río devorando pequeños mosquitos que ya se van reuniendo en colonias que forman oscuros nubarrones  sobre las plantas y el río.
            Una tarde puede ofrecerte interesantes observaciones y emociones relacionadas con las aves que pueblan las zonas más cercanas a nuestros domicilios, sin necesidad de huir a paraísos lejanos, que, por otra parte, tampoco estaría mal visitar.

Entrada también publicada en seo-aranjuez.blogspot.com.

martes, 5 de abril de 2011

Ojos negros

            El ruido de un pequeño balbuceando sus primeras conversaciones; los electrodomésticos haciendo temblar los motores y sus carcasas; un vocinglero hablando mucho sin decir nada en la pantalla del televisor; el tono verbenero de un teléfono móvil; el trajín familiar de después de la cena… De repente, el inexpugnable sonoro del hogar se ve atravesada por un potente ulular cercano, muy cercano. El culpable de esta intromisión sonorosa mira con sus ojos negros desde una antena de televisión a la ventana de mi cocina. Repite su potente y descriptivo ulular. Lo observo con detenimiento tras mis prismáticos mientras el me mira desafiante con sus ojos negros; gira su cabeza mirando alrededor, me vuelve a mirar desafiante y deja en el viento su canto. Su rechoncha figura sobre la antena de televisión se integra en el paisaje urbano: La contaminación lumínica permite avistar lo pardusco de su plumaje, totalmente fuera de lugar por el mimetismo para el que fue creado.
            Pasan unos instantes, me vuelve a mirar desafiante, emite su imponente canto y, silencioso, echa a volar. Tras su marcha me quedo mirando a la solitaria antena, deseando que haya provocado interferencias en la señal y el vocinglero de la tele se haya quedado sin voz.