sábado, 30 de agosto de 2014

Los edificios o las calles 2ª parte



             Los edificios de las calles de los barrios periféricos rezuman esfuerzo y sudor, coraje e ilusión, esperanza y valentía; y están habitados por esa clase de personas que no hinca la rodilla ante la adversidad, apretando con fuerza los dientes y respirando el arrojo que le insufla la necesidad, y son atletas esforzados por alcanzar raudos su meta.
            Los edificios de las calles de los barrios huelen a libros de segunda mano apilados sobre modestos escritorios de aglomerado, mientras en el salón berrean los cínicos desde el aparato de televisión; huelen al agrio sabor de las manos encallecidas de padres abnegados que se dejan la vida, y la salud, para educar y dar estudios a su prole; huelen a la necesidad de mejorar y de ofrecer un futuro mejor; huelen a trabajos de fin de semana y a publicidad en los buzones, que ayudan en los gastillos.
            Los edificios de las calles suenan a dedicación en lo que se emprende y a horas que luchan encarnizadamente contra el reloj; suenan a honradez tras la mesa camilla y a dulces valores en la cocina, frente a la llama azul que alimenta el butano; suenan a la sinfonía que desmigan los humildes y a la polonesa del piano de las noches en vela, donde el café y la luz del flexo aliñan los libros de texto.
            Los edificios saben a la funda azul del trabajo bien hecho, que cuelga , como un espíritu sin cuerpo, de la cuerda de tender y a la bata blanca de inmaculados lamparones de mujer de la limpieza; saben a dolores de espalda y a friegas de alcohol de romero; saben a tomates recién recolectados y a barro de regadío adherido a las suelas de los zapatos; saben a la virtud de las cosas que se saben hacer bien y a esfuerzo concentrado; saben a ganas de prosperar y a ganas de salir de la indigencia moral que les rodea.

P.S. Gracias Juanju por la idea.

jueves, 28 de agosto de 2014

Las calles



Las calles de los barrios deprimidos (mal llamados obreros) de las periferias modernas se hallan atestados de personas sin espíritu y sin sombra, sin esperanza y sin aliento; llenas de personas abúlicas y hastiadas, con risas artificiales y vidas deshabitadas.
            Las calles de los barrios deprimidos y deprimentes huelen a marihuana y a cerveza de yonky-lata; huelen a mierda de perro y a pútridos jardines que perdieron el nombre y la virtud por el camino; huelen a papeles publicitarios tirados por el suelo y a mala educación enraizada en el alma; huelen a tabaco de liar y a colillas arrojadas al suelo hollado por el paro y revestido de subsidios; huelen a orín etílico y cristales rotos.
            Las calles de los barrios suenan a estridentes chillidos de princesas del pueblo desaforadas en el fondo y en la forma y a llanto de niños que se caen, porque no tienen otro sitio donde caerse muertos; suenan a eructos con resonancia a lúpulo y a voces intempestivas; suenan a acentos exóticos e idiomas ininteligibles inventados para la ocasión, que coaccionan a los jóvenes en los parques; suenan a calderilla de Euro y a aire embolsado que los niños estrujan para hacer sonar la traca final de una fiesta sin fin.

            Las calles saben a desconsuelo y a malos tratos consumados; saben a droga destructiva e implacable y a locura de andar por casa, con tratamiento de trankimazín aderezado con vino encartonado; saben a zozobra y a partida de tute en tascas de asfixiante ambiente; saben a envidia de rancio abolengo enquistada en el aire y a whatsapp con piercing en el ombligo; saben a lenguas adolescentes que se buscan en los callejones oscuros sin futuro, y que una vez que se encuentran explosionan en un amor volcánico sin protección pero con consecuencias.
            Pero las calles de los barrios periféricos también huelen a traficantes de medio pelo con los dedos de la mano y el cuello enjaezados en oro de abultados quilates, y el BMW aparcado en la puerta por si hay que salir huyendo; también  huelen a billetes de despidos procedentes y subsidios improcedentes; también huelen a vagancia adquirida por años de ayudas, por peces regalados, nunca pescados.
            Las calles de los barrios también suenan a televisores de plasma y a tonos chabacanos de teléfonos móviles de última generación; también suenan a motores de aires acondicionados para soportar la canícula y a ladridos de perros de razas peligrosas; también suenan a altavoces iracundos en coches de miles de euros y a risotadas nocturnas derivadas del hachís.
            Las calles también saben a tatuajes para lucir en las playas de Gandía y al roce de las bolsas de las tiendas de moda; también saben a cocido y a paquetito de Marlboro de la máquina del bar (el estanco queda demasiado lejos para ahorrar); también saben a la tapita caliente con las cañas del mediodía y al vil cubata de después de cenar, que nos desinhibe para deleitarnos con el salado gusto que desprende la piel de nuestra parienta o el anodino sabor que destilan las putas del club de la esquina.

viernes, 1 de agosto de 2014

Subversivo

            Moratalaz no es el barrio donde las musas precisamente campen a sus anchas, o eso es lo que se suele creer; pero, como bien es sabido, estas deidades lo reciben a uno donde menos se lo espera: en un bar de dicho barrio charlando con un buen amigo. En esta conversación me comentó que a él lo que le parecía realmente subversivo no eran las algaradas callejeras, sino lo que decía un poema de Pierre Paolo Pasolini que ensalzaba la figura de los policías parisinos frente a los desaforados, luego atemperados, manifestantes de mayo del sesenta y ocho.
            Este comentario de mi amigo desató en mi interior una marea de ideas de lo que es subversivo y de lo que no lo es, o de lo que creemos que es subversivo y, efectivamente, en su momento lo fue pero ahora no lo es, aunque lo parezca.
            Bien es sabido que la vestimenta ha sido siempre utilizada como expresión de rebeldía o descontento por diversas corrientes sociopolíticas, tanto en jóvenes como en no tan jóvenes. Muchos cambios de actitud se basaron en cambios a la hora de vestir. Y al hilo de esto me hice algunas preguntas: ¿Es revolucionario que las mujeres vistan pantalón o los hombres vistan vaqueros? En su momento lo fue, pero ahora lo rebelde sería vestir con falda las mujeres y de traje los hombres, ya que la popularización de dichas prendas les ha hecho perder su carácter subversivo: todo el mundo las viste, desde los infantes lactantes hasta los octogenarios que pasan sus vacaciones en Benidorm  en el mes de noviembre. Se ha implantado la tiranía de los pantalones vaqueros, y esto ha convertido en subversivo la corbata o la falda, que aparecen como opuestos a estas prendas tan aceptadas.
           
        Pero de estas cosas, en apariencia superficiales, mi pensamiento fue divagando a materias con más peso específico, con algo más de enjundia que la vestimenta. Y me pregunté si hoy era subversivo protestar como un iracundo, vociferando a diestro y siniestro, arrojando adoquines a la Policía sin buscar debajo la arena de la playa e incendiar contenedores que obstruyan calles transitadas por horrorizados ciudadanos. Las respuesta es sí, si tenemos en cuenta que se intenta de este modo subvertir (trastornar, revolver, destruir) el Orden Público y la Paz Social. Pero mucho más revolucionario, y a la par más efectivo, que todo esto es preparar el futuro, y de este modo cambiarlo, estudiando, trabajando y emprendiendo proyectos con titánico esfuerzo, que es como se consiguen las cosas. De poco sirve apedrear los vehículos de la Policía o incendiar el mobiliario urbano (que luego hay que sustituir y reparar con el dinero de todos y cada uno de los ciudadanos que abonan sus impuestos religiosamente) si luego regresamos a nuestro hogar, nos apropiamos del mando a distancia, nos arrellanamos – cuando no nos tiramos directamente- en el sofá y deglutimos estiércol a zapadas. O nos dedicamos a  consumir sustancias espiritosas con el único objetivo de conseguir el placer de la risa, que ya bastantes atribulados se encuentran los desamparados.

Y así pensamos que cambiamos el mundo.            
    Pero más se consigue preparándose concienzudamente para lograr los objetivos personales y así, desde el púlpito desde el que se consiguen cambiar las cosas, intentar luchar con nuestros conocimientos para cambiarlas: Se necesitan científicos capaces de cambiar conceptos y situaciones con sus capacidades; se necesitan maestros que ilustren a nuestros niños para ser adultos libres y capaces de elegir; estamos necesitados de repúblicos capaces de liderar los cambios indispensables para que la sociedad prospere, etc.
            A día de hoy, es subversivo ser culto, ya que con ello el hombre se hace libre, se hace crítico por pensar por sí mismo, y eso provoca que se convierta en un ser incómodo (¿subversivo?) para el propietario del poder que ve cuestionados, de esta manera, sus dogmas. Para este último –o mejor dicho, para estos últimos, pues muchos son- es mejor que la educación de calidad y la Cultura (sí, con mayúsculas) no lleguen al pueblo, así éste continúa sobreviviendo a base de tópicos, sin libertad, y puede ser manejado al antojo de los patricios políticos. Y cuando me refiero a culto no me refiero a quien ha leído algunos libros en lo que nos dicen lo que queremos oír, sino que también ha leído muchos libros en los que se nos dice lo que no queremos oír; y ha leído y escuchado a los clásicos y a los que no lo son; y se ha comprometido consigo a adquirir conocimientos que le hagan ser más feliz o más infeliz, pero, seguro, que le harán más libre.
          
  En definitiva, hoy no es subversivo pertenecer o seguir los pasos de esa inmensa mayoría con vocación de “minoría”. Hoy, por contra, es subversivo hablar de usted al respetable – de tú perdería tal condición-; hoy es subversivo llamar a las cosas por su nombre, no buscando eufemismos que son aún más despectivos y dolorosos, así como sorteadores de la verdad; hoy es subversivo pensar – de manera real y pura, sin ficciones de cara a la galería- en los demás y preocuparse de su bienestar incluso por encima de de uno mismo; hoy es subversivo combatir el sectarismo y la hipocresía que inunda todos y cada uno de los ámbitos sociales que configuran nuestro país.

            Hoy, como siempre, es subversivo nadar a contracorriente.