lunes, 3 de febrero de 2014

Amores laguneros



El invierno, como habitualmente,  con sus carámbanos colgando de los tejados, sus charcos helados en los caminos, deja los campos gélidos que abonan el refulgir de la primavera venidera. Primavera de luces y agua, de olores y colores, de flores e insectos, de vida, en definitiva.
Las soleadas treguas que el invierno nos viene dejando, son aprovechadas por  los seres vivos que se asoman a la ventana del esplendor que tanto ansían. Los pequeños pajarillos ensayan los cantos, desperezando así la invernada reinante bajo el tenue calor del sol.

Los Aguiluchos Laguneros (Circus aeruginosus), en el soleado domingo en que posamos nuestras miradas en la laguna, se hallan marcando su territorio sobre la espesura del carrizal que circunda la laguna.  Sobrevuelan el carrizo y realizan sorprendentes picados, cruces aéreos imposibles e incluso comienzan el aporte de los materiales que van a constituir el nido donde nacerán sus polluelos. Los machos se señorean ante la añorada luz del sol, haciendo reverberar el blanco de sus plumas secundarias a la vez que giraban repentinamente, timoneados por su cola. Las hembras, los observan desde cerca mientras vuelan a una prudencial distancia. Todo presagia la próxima llegada de la primavera acompañada del cortejo, de la posterior cópula y de la eclosión de los huevos que perpetúan la especie.
 Y nosotros dejándoles hacer, parapetados en el alejamiento, ojo en ristre sobre el ocular del telescopio, disfrutando de estas pequeñas alegrías con las que el campo siempre nos agasaja.