lunes, 12 de diciembre de 2011

¡Viajeros al tren!

      Suelo viajar en tren y en metro sumergido en la lectura de algún libro, salvo cuando a mi lado se instalan  algunos viajeros incómodos con la música que se proyecta desde sus auriculares tan alta que se puede percibir desde cualquier punto del vagón. En esos casos mi lectura se ve interrumpida por mi cara de incredulidad ante mis perturbadores acompañantes. Pero sé que un tren no es una biblioteca y cada uno ameniza su viaje a su propio estilo, algunos molestando a los demás más que otros.
            En estas expediciones por el transporte público que me acercan a la gran ciudad, muchas veces tengo la necesidad de levantar la vista de mi lectura, hacer estiramientos visuales y volver de nuevo a la tarea, como el ciclista que cuesta abajo deja de pedalear para volver con más fuerza al enfrentarse con alguna varga. Y mientras ejercito mis  retinas observo al personal que tengo a mi lado, gente de variado pelaje y condición: obreros de la construcción, delatados por las manchas de yeso en la ropa de trabajo y pesadas botas de seguridad, que aprovechan el trayecto para descabezar un ligero sueño; inmigrantes de todas las nacionalidades que acuden a trabajar a restaurantes de comida rápida o a casas donde, bajo la cofia, limpian el polvo acumulado en los anaqueles; caballeros de traje de ocasión y corbata que se dirigen al tedio de la oficina de turno; jóvenes estudiantes vocingleros que se agrupan en bandadas desiguales, donde comentan el último botellón o lo mal que lo está pasando Zutanita por el mal de amores. Y así, con esta compañía, la miríada de personas que usamos el tren nos acercamos indefectiblemente a la estruendosa urbe.
            Y tras observar a la fauna y la flora (también hay algún ser inerte) que se erigen en mis acompañantes casuales, también me dedico a percibir las costumbres de éstos cuando viajan. Hace años los viajeros tenían varias ocupaciones en sus diarios trasuntos, verbigracia, dormir plácidamente hasta su estación o alguna más allá; leer libros propios o marcados con el hierro de la biblioteca pública; escuchar música desde su walkman; charlar con quien todos los días se coinciden los horarios o, simplemente, contemplar, como si de una película muda se tratase, el rutinario paisaje de graveras y edificios que, sin querer, se asoma a la ventana del caballo de hierro. A día de hoy los viajeros despliegan una serie de artilugios electrónicos con múltiples y variadas funciones para no ahogarse en el silencio, para ordenar sus pensamientos o para evitar rumiar el encanto de la soledad rodeado de personas. Y en este despliegue de sínicos aparatitos gana por goleada el indispensable y ahora vital teléfono móvil. Pocos viajeros quedan que no se instalen en su incómodo asiento, urguen en sus bolsillos y satisfechos, como si de un cofre repleto de perlas y joyas se tratase, extraigan su flamante teléfono móvil de última generación y, desconozco con qué fin, toqueteen con su índice la pantalla; y así, ensimismados y abstraídos de la realidad circundante se dirigen a sus trabajos o, por el contrario, al cálido hogar caldeado por la televisión, donde les espera la familia o la soledad. Otros, los peores, extraen sus teléfonos móviles y parlotean conversaciones escasas de juicio y sentido durante todo el trayecto con frases tales: ¿Qué haces? ¿dónde estás? ¿cuéntame algo? Y para rematar la faena, después de media hora de absurda conversación: Venga, que ya llego. Ahora te veo.  Si vas a ver en breve a tu interlocutor, ¿para qué llevas media hora de teléfono hablando con él? Digo yo ¿no es mejor hablar con esa persona las cosas una vez que estés junto a ella, con el ahorro que ello conlleva y lo efectivo que eso es? Pero bueno, como dijo el torero: Hay gente pa  tó.
            Queda claro que la sociedad tecnológica es la que manda (cómo podrían leer esto si no fuera por ella) y que los viejos usos que nos gustan a cuatro románticos se convierten en atávicos y, como ahora se dice, desfasados.
             Por cierto, ya nadie grita desde el andén de la estación: ¡Viajeros al tren!

martes, 29 de noviembre de 2011

El erotismo de Kim Novak

   Todos mis conocidos están al tanto de mi afición al  cine antiguo y a la magia que desprende el blanco y negro. A pesar de eso, no soy un gran espectador de este tipo de cine, quiero decir, que no veo todas las películas clásicas que me gustaría. Ayer, por fin pude ver un drama maravilloso titulado “El hombre del brazo de oro”, protagonizado por Frank Sinatra y la espectacular Kim Novak y dirigida por Otto Preminger. La historia sorprende al espectador de hoy por el tratamiento tan actual que de la adicción a las drogas y su rehabilitación aporta; sin olvidar que el año de facturación de la película es 1956.
            Pero, a pesar de lo terrible de la historia, lo que más impacta es la sensualidad y el erotismo desbordante de la actriz Kim Novak. Hay tres imágenes que se me han quedado grabadas a fuego en mi memoria: una de ellas es en la que Molly, su personaje, vuelve a casa desde el club donde trabaja, en su lento y meditabundo caminar un descuidado tirante derecho del vestido deja mostrar un impúdico hombro que hace soñar con la vereda de piel que nos conduce al más exquisito tesoro. Otra es en la que se oculta  tras un biombo de la mirada de Frank, el adicto protagonista, para cambiarse y al ataviarse con un casera bata deja entrever al espectador, en un lene segundo, el canal que separa sus pechos. Por último, en una dramática escena en la que Frankie tiene un síndrome de abstinencia que lo está matando, la protagonista utilizando un ardid, logra meterle en un armario y ante los constantes golpes del cautivo, ella se apoya en la puerta de la improvisada celda y, a pesar de lo atroz de la escena, muestra a la cámara cómo sus senos intentan forzar su ropa para salir a la libertad que en ese momento Frankie igualmente ansía.
            Estos son tres de los momentos culmen del erotismo que desprende Kim Novak en esta película, pero no son los únicos. Ella en sí misma es el erotismo personificado, o ¿acaso no resulta erótico fregar los cacharros e ir a abrir la puerta con una ajustada falda y tacones? El director de la película supo explotar al máximo la rijosidad sin apenas una caricia o algún recatado beso, sólo con la presencia  de la actriz. Yo no encuentro nada más sensual en el cine que este tipo de actrices y su voluptuosa presencia.
            En estos insulsos tiempos que corren en los que en el cine y en la calle todo se enseña y nada se insinúa, donde se confunde el erotismo con el sexo explícito, donde las mujeres, que no damas, no visten como mujeres ni como hombres, sino todo lo contario, donde la imaginación o está encerrada o directamente aniquilada, no nos vendría mal echar un vistazo hacia atrás, hacia ese cine en el que un indiscreto tirante de un vestido cae y deja ver un hombro desnudo y el magín del espectador vuela y sueña con acariciar ese hombro. Tal vez con eso descubramos algo bello que va bastante más allá que el placer sexual o la anodina desnudez; algo superior que muestra sin llegar a exhibir; algo extraordinario que hace que el hombre componga un todo con apenas unos retazos de piel. 

domingo, 30 de octubre de 2011

La caldera de los guarros

      Extremadura siempre ha sido la gran olvidada de entre las diferentes y diversas regiones que forman el conglomerado español; llegando al punto de que algunos de sus emigrantes a las grandes e industrializadas urbes intentaban hacer olvidar sus raíces, para no parecer un “paleto  y, de este modo, sentirse más madrileño, más barcelonés o más bilbaíno que los propios de tales ciudades. No es el caso de mi familia que siempre nos han inculcado los valores de nuestros orígenes, el amor a la tierra de donde venimos y a las costumbres ancestrales que nos han moldeado. Gracias a Dios, a día de hoy Extremadura es un valor en alza, es un paraíso natural redescubierto por los urbanitas ávidos de Naturaleza, Historia y de la vida tranquila y sosegada que se respira en sus pueblos y ciudades.
            Y de esa Extremadura que de chico viví me viene un grato recuerdo que da título a este humilde escrito: la caldera de los guarros. Y muchos se preguntarán qué es eso de la caldera de los guarros. Y ante esta pregunta yo les contesto que es el origen de lo que hoy llamamos RECICLAJE.
- Pero por Dios- algunos me dirán-, no me diga usted que en Extremadura se inventó el reciclaje, con todo el dinero que esto ha dado a empresas e incluso a organizaciones mafiosas.
            Pues no creo que se haya inventado en Extremadura, pero sí estoy seguro que es un invento del denostado mundo rural. Y sin más preámbulos ni divagaciones paso a explicarles el extraño caso de “la caldera de los guarros”: Durante mi infancia, en las visitas a casa de mis abuelos en el pueblo, aprendí que las basuras se separaban, unas iban a la caldera normal, que luego recogía mi tío con un carro tirado por una yegua parda y que iban a parar al vertedero municipal, y otra basura iba a parar a la caldera de los guarros,  donde se depositaban los restos orgánicos tales como cáscaras de sandías, mondas de naranjas, pieles de manzanas o escurridizas cáscaras de plátanos; pero no sólo se echaban restos vegetales, también caían algunos restos de animales, salvo los huesos que esos eran para los perros. De este modo se separaban las basuras, se reducían notablemente la cantidad de desperdicios y, por otro lado y tal vez el más importante, se daba de comer a los cerdos que en invierno, tras la festividad de la matanza, llenaban de chorizos, lomos y patateras las despensas del pueblo y de buena parte de Madrid, Barcelona y Bilbao. Y no sólo hablo de cuando en la casa se tenían guarros, ya que cuando no se tenían porque la vejez hacía mella en las personas, se guardaban para el vecino de turno que después de la matanza siempre regalaba algún chorizo a quien le había estado guardando tan preciado ágape para sus cochinos.
            Ni que decir tiene que en el mundo rural todo se reutilizaba: lo que no servía para el ganado, servía para el huerto. Aquellas viejas latas con las que mi abuelo llenaba los pesebres de las vacas no se idearon para este fin, ya que anteriormente fueron latas de atún en aceite que mi abuela vendía a granel. Y aquellos cubos de lata que ahora hacían crecer en su interior un limonero habían contenido aceitunas guisadas que igualmente mi abuela vendía a granel. Y cuando ya se tenía todo eso y no hacían falta más, se daba a los vecinos que les hacía falta. Por otra parte, el papel servía para envolver todo tipo de cosas o se utilizaba a modo de horma, evitando así que los zapatos cogieran forma cuando eran guardados.
            Posteriormente, ecologistas, conservacionistas y poderes públicos nos intentaron mentalizar de la importancia de reciclar y reutilizar; otros, más oportunistas, se han hecho de oro con tan pingüe negocio y, sin embargo, los verdaderos inventores de todo esto, las gentes del mundo rural español, no han cobrado ni un ápice por derechos de autor y, por el contrario, han ido observando como su mundo poco a poco se va al garete.

lunes, 24 de octubre de 2011

Rayos caóticos

La televisión es un medio de comunicación con una garra y una fuerza imponente. Es capaz de movilizar e inmovilizar a la vez a grandes masas de población, que plácidamente sentadas en su sofá fagocitan todo lo que les muestren los rayos catódicos. Pero también es un medio que nos aísla de nuestros congéneres que están arrellanados junto a nosotros; un medio que ha extinguido las conversaciones de sobremesa, que ha sustituido el calor del hogar donde se narraban historias familiares de aquellos bisabuelos que lucharon en Cuba o de aquellos abuelos que en el año del hambre comían bellotas para no fenecer.
Quiero imaginar que en un principio, cuando este medio era incipiente, los prohombres de esta España nuestra vieron un medio eficaz para extender la cultura y el pensamiento en el pueblo. Quiero imaginar que los grandes historiadores pensaron que a través de esa caja de madera que emitía imágenes se podía mostrar las grandes obras arquitectónicas medievales, se podían recrear las grandes batallas navales, se podían ilustrar los grandes momentos y las terribles vicisitudes por las que la Historia nos ha hecho pasar. Quiero imaginar a los grandes divulgadores científicos, éstos con más suerte que los anteriores, soñando con producir programas que nos acercaran a los astros, a los grandes fenómenos de la Naturaleza como terremotos o erupciones volcánicas, a la etología de los animales fieros y salvajes. Quiero imaginar a los grandes literatos anhelar una programación en la que ubicar al Mío Cid y su camino, en la que el teatro pudiera llegar a la gente, como una vez lo intentó Federico García Lorca,  pero esta vez sin tener la necesidad de salir de casa; en la que las grandes obras literarias accedieran a las casas españolas y la gente se animara a leer. Quiero imaginar que existía una vocación de Servicio Público entre la gente que creó la televisión.
Por suerte o por desgracia, no viví aquellos tiempos que pudieron ser revolucionarios o, tal vez, evolucionarios y, es por ello, por lo que quiero imaginar. Los grandes prohombres erraron en sus ensoñaciones y aspiraciones de culturizar a las masas sedentes. Hoy la televisión ha dejado de ser un ente público para convertirse en un ente impúdico. Pero a raíz de esto surgen las preguntas: ¿Cómo se desvirtuó ese uso de culturización de este potente medio de comunicación? ¿Quizá fue por parte de los magnates televisivos o por la querencia del pueblo a fagocitar asuntos de fácil digestión sin preocuparse lo más mínimo por los grandes hechos que nos rodean o que en algún momento nos han rodeado? ¿O tal vez, los prebostes políticos forzaron a los magnates televisivos al observar que el nuevo medio era un terrible y poderoso arma de adormecimiento, adoctrinamiento y manipulación? No tengo respuestas.
Lo que sí se sabe es que ahora la cultura ha quedado relegada a cadenas muy específicas de pago o a la microreserva en que se ha convertido la 2. De las cadenas privadas directamente nunca se ha incluido este tipo de programación en sus parrillas: no venden. El público prefiere escuchar sandeces de personas que hablan mucho con palabras vacuas sin decir absolutamente nada, inventándose además términos que desvirtúan el idioma castellano. Y, de este modo, también se ha desvirtuado un medio de comunicación potente y eficaz, convirtiéndolo en un contenedor de hedionda basura imposible de reciclar y, a las alturas que estamos, imposible de reestructurar o de dotarlo de una programación de contenido sustancioso.

jueves, 13 de octubre de 2011

Naturaleza fragmentada

            Hace años, cuando el hombre en frenética carrera se alejaba más y más de la Naturaleza, algunos visionarios ilustrados creyeron que la creación de Parques Nacionales se convertiría en la salvación de aquellos espacios que, bien por su paisaje, bien por la riqueza de su fauna y su flora, deberían ser protegidos de la nefanda mano del  hombre moderno. De esta guisa nació en España el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga y tras éste, a lo largo de un siglo, el resto de los Parques Nacionales españoles. Estos lugares de inefable belleza se convirtieron en lugares de culto y peregrinación para los científicos y para los amantes de la Naturaleza y del aire libre. Con posterioridad, se crearon diferentes figuras de protección de la Naturaleza ya que los Parques Nacionales no podían abarcar la totalidad de los lugares de extrema belleza e importancia natural existentes en nuestro país.
            Con el traspaso de las competencias ambientales desde el Gobierno central a las Comunidades Autónomas, la planificación y las estrategias de gestión de los espacios protegidos varió de manera notable: Se han puesto infinidad de puertas al campo. Cada consejero de Medio Ambiente de turno defiende lo suyo como el perro defiende su hueso ante otros perros, siendo este hueso el hueso de sus intereses particulares o partidistas, no el hueso de la conservación de la Naturaleza, que es la que siempre pierde. De este modo, los Parques Nacionales con territorios en varias Comunidades Autónomas, y, para más inri, si son gobernadas por partidos diferentes y opuestos,  se convierten más que en territorios de protección de la Naturaleza en territorios de confrontación política. De este mismo modo, se ven retrasados proyectos de declaración de Parques Nacionales porque, por desgracia, su suelo es propiedad de diferentes Autonomías; suelos que se encuentran en serio peligro debido a la despiadada e irracional avaricia humana, debido al carente interés que la Naturaleza y, por ende, la vida suscita en las mentes de los políticos, debido al desapego que éstos sienten por estos territorios y los  habitantes que albergan.
            Aunque la Naturaleza no entiende de fronteras y los buitres, los lobos, las mariposas y las jinetas las franquean una y otra vez, desconociendo si se encuentran en un lugar protegido o en otra comunidad autónoma, el hombre continúa contumaz en fragmentar la Naturaleza, en dividir los prados, las montañas, los bosques y, ni que decir tiene, las aguas que llevan nuestros ríos. Y el que divide vence. Pero es una victoria efímera porque si derrotamos y aniquilamos a la Naturaleza nos derrotamos y nos aniquilamos a nosotros mismos, ya que somos parte integrante de Ella, aunque, a menudo, esto lo olvidemos, creyéndonos seres superiores.
Por estos motivos y bajo la modesta opinión de quien esto escribe, los Parques Nacionales y la Naturaleza en general deben ser gestionados al unísono, con una estrategia definida y común, desde un único centro de decisiones, evitando fragmentar en lo posible los territorios de una zona protegida. Así las decisiones de la declaración o no de nuevos Parques Nacionales o cualquier otro espacio protegido deben ser tomadas desde esa estrategia común y única para eludir los intereses políticos de unos y otros, fomentando el bien de la Naturaleza que es de lo que se trata.

domingo, 2 de octubre de 2011

Las palabras de Félix

            Hace más de treinta años, cuando la televisión era un ente que aportaba más calidad que cantidad – sólo había dos canales-, unas imágenes y una voz nos cautivaban y nos mantenían frente al televisor con los ojos abiertos de para en par: Animales de porte grandioso se mostraban ante la cámara en sus más comunes y corrientes actividades diarias: cazando, cuidando a sus pequeñuelos, desarrollando sus habilidades en entretenidos juegos, soleándose ante el gran astro o cortando su silueta ante el resol del sol en la luna, etc; bosques mediterráneos y vertiginosos cortados rocosos enmarcaban la vida animal expuestos como cuadros paisajistas repletos de detalles geológicos y florísticos. Y en medio de todo esto la presencia del hombre; del hombre y del verbo, narrando las historias de la vida y de la muerte.
            La presencia de Félix en cada documental era arrolladora, imponente e hipnotizadora; pero más que su presencia, su peculiar voz y su especial forma de narrar los avatares de la vida animal nos trasladaban a aquellos páramos castellanos, a aquellas sierras de verdes pinares y verticales cortados, a aquellos ríos vivos y coleando… Realmente estábamos allí junto a la nutria y al martín pescador, junto al buitre negro y al águila real, junto al lobo y al pastor, y aprendíamos de su vida y sus costumbres en primera persona cautivados por la voz del maestro, por las imágenes de los paisajes y de los animales.
            Pero aparte de la presencia y de la impetuosa voz, nos cautivaban sus palabras; palabras poco usadas, nada frecuentes, pero vivas, muy vivas y bellas, muy bellas. Palabras que con la entonación que Félix las imprimía, se convertían en palabras mágicas, esclarecedoras. Palabras como esbardo, raposo, montaraz, recio, cetrería y un largo etcétera, fueron talladas a fuego en nuestros vocabularios infantiles y, por ende, en nuestros vocabularios adultos y en nuestras vidas. ¿Y quién no pronuncia estas palabras y no recuerda al gran maestro, a uno de los grandes culpables de que seamos como somos? ¿Y quién de nosotros al pronunciar o escuchar uno de esos imperecederos términos no da las gracias a ese gran naturalista y comunicador?
Esas palabras que hoy apenas tienen uso, porque se ha depauperado tanto el lenguaje que con mil palabras nos podemos comunicar, pero que deben ser revindicadas para una mejor comprensión de nuestro lenguaje, de nuestra forma de ver el mundo, de nuestra naturaleza, en definitiva, para una mejor interpretación de la VIDA.

martes, 6 de septiembre de 2011

Música introductoria

            En estos tiempos de abundancia y exceso de información en los que disponer tan fácilmente de las cosas las degrada, la sucesión de sonidos modulados para recrear el oído, o sea, la música ha pasado de ser un objeto cultural a un objeto de consumo inmediato. Esta devaluación de la música ha provocado el síndrome del “hilo musical”, o lo que es lo mismo, oigo la música porque está en todos los lados, pero apenas la escucho y, mucho menos, la disfruto. Tenemos mil sistemas de reproducción musical y cientos de discos, pero carecemos de la sensibilidad necesaria para interiorizar una obra musical, para emocionarnos con el sonido de una corchea ligada a una negra, para soñar o para dejarnos llevar a mundos imaginarios o reales embarcados en el pentagrama bronceado por la clave de sol. ¿Es la sensibilidad o la escasez de tiempo de esta vida que llevamos o, tal vez, la degradación de las cosas que son fáciles de conseguir la que nos lleva a esta abulia musical?
            Andaba mi mente por estos derroteros cuando una chispa del tamaño de una semifusa hizo saltar mis enlaces neuronales empeñados en el recuerdo de buenos momentos y, gracias a ella, recordé un disco de once canciones que marcó mi adolescencia, mi juventud y me introdujo en un mundo mágico: el de la música celta.
            Desfilaban los primeros años noventa cuando mi mejor amigo me enseñó un nuevo disco de vinilo que se había comprado; no sabía nada de la música que hacía el grupo que lo había grabado, sólo se lo había comprado porque le había encantado la portada: Un caballero sobre un caballo blanco, tocado con un casco con cuernos cervales, con el pelo largo ondeando al viento, armado con una espada y una guitarra eléctrica sobre las ancas del blanco equino, cabalgaba hacia un bosque de abetos; así era el dibujo que tanto atrajo a mi amigo. Cierto es que la entrada era bonita, pero una vez que se reproducían los primeros acordes en el plato, la música, muy diferente a lo que dos chicos de catorce años podían escuchar por entonces, te trasladaba al mundo por el que cabalgaba el caballero de la portada. Flautas, violines y banjos se mezclaban en una perfecta mixtura con instrumentos eléctricos actuales, produciendo en la mente adolescente un mundo onírico de verdes valles y ancestrales leyendas.
            Aquel disco era “Gente impresentable” de Celtas Cortos (nunca supe sin con boquilla o sin ella) y nos sirvió como introducción a la música celta y a la música tradicional. A partir de ahí, indagamos, buscamos y encontramos otros grupos de esos estilos; así nos topamos con Gwendal, con Oyster Band, con Lorena Mckennitt y con tantos otros. El siguiente paso fue mirar a nuestros adentros y descubrir que en España también había muchos grupos que hacían un tipo de música celta no tan comercial como el disco protagonista de estos recuerdos, música más apegada a lo telúrico y a la tradición, música como la que hacía, y hace, Milladoiro, Luar na Lubre, Acetre, entre otros muchos. Y de tanto mirar lejos se nos había olvidado mirar cerca, tan cerca que incluso habíamos compartido atril, aplausos y reconocimiento: se nos había olvidado mirar a Aljibe; pero pronto, escuchando su buena música, se nos olvidó ese olvido, gracias a Dios.
            De vez en cuando, veintialgún años después, escucho la música de “Gente Impresentable” y alguna lagrimilla de emoción lucha por salir de mis vidriosos ojos, recordando los verdes valles que nunca transité y lo mucho que me ha aportado en mi bagaje cultural y personal.

P.S.: Gracias “Boti” porque te encantara la portada de este disco.

martes, 9 de agosto de 2011

La pira de libros

            Con los calores del estío y la visita al lugar de mis ancestros afloran en mi mente y en mi ser una serie de recuerdos infantiles que hacen esbozar una sonrisa en mi rostro. Todos estos recuerdos han modelado mi forma de ser, de ver la vida, de relacionarme con los demás y con el mundo que me rodea, incluso de crearme ese universo intimista en el que navego a la deriva de mis ensoñaciones y pensamientos.
            Uno de los más gratos de esos recuerdos es el ir en pantalones cortos a la biblioteca de mi pueblo a tomar prestados los cuentos de Asterix y Tintín que ilustraban las tediosas horas de la siesta de la canícula extremeña. Aunque más que una biblioteca era un almacén de libros, con una mesa pequeña en el centro y unas estanterías hasta el techo repletas de libros de diferente tapa y pelaje. No había mesas para sentarse a disfrutar del roce de las hojas en la piel.
 La biblioteca sólo abría una hora al día y era regida por Isaac, un hombre que, como nosotros, también vestía pantalones cortos; de hecho, aún los usa. En esta hora bendita acudíamos en tropel los niños del pueblo a tomar prestados los libros que, más tarde, nos trasladarían a mundos imaginarios llenos de aventuras y desventuras, de lances y desenlaces… Siempre guiados por la perspicacia del bibliotecario que nos recomendaba los libros que más nos podían gustar o que eran más apropiados para nosotros:
- Tú Luis, no te lleves ese libro de pájaros que con lo que aprendes vas a los nidos y coges los pollos- decía con mal ojo el bibliotecario a un futuro biólogo. Por supuesto, no siempre acertaba.
Esta fue la primera biblioteca que visité y de la que hice uso. Esta fue la biblioteca que me inoculó el virus del bibliófilo, seguramente a través de ese olor penetrante de los libros viejos, de las tapas encueradas; ese olor que por mi pituitaria llegó a mi corazón donde se instaló a vivir para siempre. Desde entonces no ha pasado un día de mi vida sin que haya abierto un libro, sin que mis ojos, de izquierda a derecha, hayan interpretado las manchas de tinta que configuran las letras, sin que mi dedo índice derecho haya buscado a tientas la esquina de la página para pasarla y continuar leyendo.
Tiempo después, aquellos libros de cuero situados en las estanterías más altas, libros en los cuales los niños no reparábamos, buscando las aventuras del Capitán Trueno o de los Cinco, sucumbieron al mal del Ama, de la Sobrina, del Cura y del Barbero; el mal de los extremismos y de la más absoluta ignorancia: Aquellos libros ardieron. Y no fue un incendio fortuito provocado por un cortocircuito, fue un incendio provocado por la más absoluta de las infamias: la incultura de una de las supuestas próceres nombradas por el pueblo. Libros de incalculable valor histórico, sentimental e incluso económico fenecieron deshonrosamente debido a la ineptitud de una persona que ocupaba el cargo que precisamente debería haberlos protegido como parte de la cultura local; un cargo que debería haber ocupado una persona con un mínimo de cultura - estamos hablando de la Concejalía de Cultura- que por lo menos hubiese sabido que los libros antiguos tienen mucho más valor, de todo tipo, que los libros producidos en serie y, por supuesto, sin desmerecer a éstos.
Estos cargos de enorme responsabilidad que sí necesitan  formación y/o estudios y que, sin embargo, son ocupados por personas que carecen de ello por el mero hecho de portar en la cartera el carné de tal o cual partido político, deberían ser ocupados por personas competentes y que fueran responsables de los actos que en su ejercicio tuvieran que hacer. Actos que pueden implicar, como es el caso, una pérdida irreparable en la cultura e historia del lugar, privándonos a la gente que queremos saber de dónde venimos y qué hechos nos han configurado como sociedad del derecho a poder consultar y leer nuestra historia a través de esos libros que eran patrimonio de todos.

P.S.- A pesar de la errata en el título del artículo del enlace, no sé qué pinta ahí Alianza Popular si la munícipe era del PSOE, se adjunta para ampliar información sobre aquellos deleznables hechos.

Fotos extraídas de internet. Muchas gracias a los autores de las mismas.

domingo, 3 de julio de 2011

Comentarios en torno al Águila Imperial

        Leo conturbado en el diario un artículo de opinión escrito por un periodista andaluz, sevillano para más señas, y de reconocido prestigio. En este artículo el periodista interpreta los últimos acontecimientos sucedidos con los centros de cría de Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti) de una manera muy, pero que muy particular.
Comenta el despilfarro que suponen estos centros de cría, así como los del Lince Ibérico (Lynx pardina), y la cantidad de ayudas que la Junta de Andalucía podría aportar para los parados y los empresarios arruinados si desaparecieran estos centros de cría, que a su modo de ver son absurdos. De igual manera, no le preocupa la mala gestión que se ha podido hacer en estos centros por parte de técnicos corruptos y felones que robaban pollos o huevos de los nidos del campo y, tergiversando la realidad, hacían creer que eran puestos o nacidos en cautividad para seguir cobrando subvenciones millonarias. No le importa que se cometan delitos, sino que existan y se invierta dinero (él dice gasta) en centros de recuperación y en que se investigue nuestro patrimonio natural. Alude, en el mismo tono, que los parados y los empresarios también son especies amenazadas.
No soy yo de los que piense que, con la que está cayendo, los parados y los empresarios arruinados deban recibir ayudas por parte de la Administración. Todo lo contrario. Pero tampoco soy de los que piensa que tengamos que reducir o aniquilar todo lo que no es “útil”  para algunos sectores de la sociedad, con una única visión económica de la vida. Esos sectores sociales que creen que el Patrimonio Natural no genera empleo; que piensan que el águila imperial o el lince ibérico no originan beneficios económicos en las zonas donde crían; que afirman que el turismo ornitológico apenas tiene incidencia en la economía, que todo esto se lo pregunten a los habitantes de las poblaciones aledañas a algún Parque Nacional o Reserva Natural, donde sin estos ingresos muchas personas deberían emigrar a las ciudades y supondría un mayor abandono del campo, con lo que esto conlleva. Y ya no sólo a nivel económico, ya que estas especies, y todas las especies autóctonas de la Península Ibérica, son parte de nuestro Patrimonio y, por ende, de nuestra cultura, sin contar con la utilidad de las mismas en el equilibrio ecológico y los beneficios que aportan a la agricultura y a la ganadería.
Por esta misma regla, también podemos abogar porque se dejen de conservar los cuadros del Museo del Prado, los edificios históricos de nuestras ciudades y pueblos o dejemos sin uso los conservatorios de música, ya que el dinero que a estos menesteres se destina bien podría destinarse a proteger a los parados o a los empresarios arruinados. Total, sólo es patrimonio cultural de nuestro pueblo y no es una fuente de ingresos rápida y sustanciosa.
Tal vez, el periodista aludido debería informarse mejor sobre los beneficios que aportan la Naturaleza y su conservación antes de criticar a la ligera estos aspectos, sin un conocimiento profundo del asunto. Esto es grave, pero aún más grave me parece que NO le preocupen los autores de un grave delito contra las arcas de la Junta de Andalucía y del daño que han hecho al águila imperial, uno de los grandes perjudicados de los hechos comentados; criminalizando así más a las especies faunísticas amenazadas y a quienes trabajan por su conservación que a quienes se saltan a la torera el Código Penal. No le preocupa que los bolsillos de estos mangantes se hayan llenado robando el dinero de todos los contribuyentes; sin embargo le preocupa, muy mucho, que se proteja nuestro patrimonio natural y nuestra cultural rural. Que desfachatez.

viernes, 10 de junio de 2011

El báculo labrado

            Aprovechando que soplaba un lene céfiro que le acariciaba la cara salió de paseo con su traje de verano color crema. Se ajustó su sombrero panamá y se apoyó en su báculo de madera labrado, más por la edad que gastaba que por la necesidad física de usarlo. Ufano caminaba sonriendo a las damas que, generalmente, hacían caso omiso de un anciano feliz elegantemente ataviado. Por fin, una joven de ágiles pasos sonrió ante el gesto de quitarse el sombrero a su paso; esta sonrisa le agradó y girándose le dijo: “Buenos días, señorita.”
            Antes de perderla de vista, las suelas de sus zapatos claros temblaron con vehemencia. Perdió el equilibrio y cayó al suelo; de nada le sirvió el báculo labrado. Vio cómo del cielo caían piedras y trozos de ladrillos. Sus sienes se habían convertido en bombos fuertemente percutidos donde la sangre rebotaba violentamente desde su vetusto corazón. Su mente se encontraba atestada de impotencia. Sus exánimes piernas apenas podían hacer el intento de incorporarse. Sus aterrados ojos miraban en rededor en busca de algún tipo de ayuda. Notó el calor de la sangre derramándose por su frente: Un cascote le había alcanzado. Quiso levantarse y echar a correr; pero su cuerpo casi inerte no respondió a sus deseos. Se sintió abatido. Vencido. Impotente. Prematuramente fallecido.
 La gente corría sin dirección concreta. Despavoridos. Nadie reparaba en el anciano del traje color crema que yacía en el suelo a merced del terremoto. Algunos incluso saltaban sobe su cuerpo buscando un incierto refugio a la furia natural. Vio a gente que gritaba. Gente que lloraba. Gente histérica.  Y él, al ver su traje color crema sucio y deshilachado, muy despacito se abandonó, se dejó ganar la batalla.
Cuando ya todo le pareció perdido y sus oídos empezaban a dejar de oír el estruendo que le circundaba, sintió una plácida mano que con un pañuelo le secaba la sangre de la frente. Logró levantar la vista y una sonrisa afloró en su boca: la joven de pasos ágiles que antes le sonrió, le decía palabras de ánimo mientras le ayudaba a levantarse. Cuando logró incorporase, distinguió su elegante báculo roto y sin vida entre los escombros. Una lágrima descendió, irremediablemente atraída por la gravedad, por la mejilla de la chica de ágiles  pasos.

El viejo profesor

No, nunca me dio clases en  viejas aulas de crucifijo y rígidas sillas de madera y metal. Cuando lo conocí, provecto y jubilado él, bisoño y anhelante yo, huía del ruido como el rayo veloz escapa del trueno en el fragor de la tormenta que nos deja el estío. Siempre acompañaba a su lento caminar un releído periódico bajo el brazo o un libro forrado con los restos del naufragio de aquel releído periódico. Acompañado, igualmente, de sombrero de fieltro en invierno y de su inseparable traje y corbata  para todo tiempo.
                Era locuaz y añoraba a sus alumnos que ahora, seguramente, serán profesores, aulas que antaño eran respetadas como centros del saber y ahora se han convertido en meros centros lúdicos, donde el juego ha desterrado al conocimiento. Hablar de tiempos pasados a un jovenzuelo curioso le atraía y le entusiasmaba; recordar sus años de profesor le rejuvenecía de tal manera que se le notaba en el refulgente brillo de sus ojos; y no menos entusiasmaban a un pipiolo ávido de saberes las sosegadas palabras del viejo profesor. Aquellas palabras eran tildadas por algunos, que no solían escucharle, de locuras de  viejo demente que odiaba hasta el ruido que emitían los latidos de su corazón. Ellos se lo perdían; yo aprendí mucho, sobre todo a escuchar a la gente que tiene algo importante que decir.
                Aquel joven bisoño, por distintos motivos, dejó de acudir adonde se encontraba con el viejo profesor y nunca más supo de él. Por la edad y el tiempo transcurrido, quince años, no creo que ya respire el aire que nos hace vivir.
 Hoy, sentado en el Jardín donde tantas palabras suyas retumbaron en mi cerebro, le he recordado y he pensado qué habrá sido de él. Rápidamente he pensado que ya habría muerto y me he visto en su sepelio quitándome el sombrero en señal de respeto, apenas acompañado por el sepulturero y la plañidera que, aburrida de vivir, acude a todos los entierros. Éstos me miraban con extrañeza y, con gestos, se preguntaban quién era el tipo que se quitaba el sombrero ante un viejo solitario y amante del silencio.

sábado, 28 de mayo de 2011

Herencia

A uno, que tiene claro que el ser humano no es inmortal, aunque en estos tiempos muchos así lo crean, a veces le da por pensar si la parca, siempre injusta y siempre severa, le barre del orbe qué es lo que ha de dejar a sus descendientes. En este Occidente industrial y urbanita los padres desean legar a sus hijos todos los bienes materiales posibles, y así se refleja en los testamentos, y así se refleja en las guerras fraticidas que de ellos manan. Toda una vida de padres esforzados y ahorradores, toda una vida de transmisión de valores y conocimientos se diluye ante la guerra civil que estalla entre hermanos, incluyendo sus anejos, por supuesto. Y todo ello por un terreno baldío que nunca más se va a labrar y que con su venta apenas se tiene para una copiosa cena; por un nicho de sesenta metros cuadrados en el extrarradio de la gran ciudad o por los cuatro duros que se hospedan en una triste y raída libreta de ahorro.
            Ya hemos olvidado que uno de nuestros destinos en la vida es legar a nuestros hijos las cosas inmateriales que han dado forma a nuestra manera de ser, a nuestros sueños, a nuestra forma de afrontar los designios y, en definitiva, al modo de alimentar el alma. Nadie ya se acuerda de contar a sus hijos historias increíbles de dioses mediterráneos díscolos y a la vez reveladores; ni de marinos que tardaban diez años en regresar a sus casas tras mil vicisitudes; ni de caballeros andantes que usaban por tocado vacías de barbero y que eran acompañados y asesorados por analfabetos escuderos dotados de especial gramática parda; ni de comedias de pueblos enteros que por la honra se levantaban contra sus sátiros prebostes; ni de golfillos que picardeaban para medrar entre rufianes; ni de piratas y bucaneros aferrados con su garfio a la negra bandera de su bajel; ni aquellas historias de amor y de guerra, de odio y amistad que han forjado mil ilusiones, mil aventuras y nos han enseñado a vivir con la cabeza bien alta y el corazón bien sujeto a nuestro cuerpo.
            Y ya no sólo lo que se imprimió en viejos libros cubiertos de una densa capa de polvo en los anaqueles de la biblioteca, sino aquellas historias que los viejos, bien sentados al fresco en el umbral de los cálidos veranos hispanos o bien al calor del hogar en el duro invierno, narraban o cantaban acompañados por una simple mesa y una cuchara.  Historias que han labrado la cultura de un pueblo, historias que han enseñado a los inocentes niños a ser mayores justos y honrados, que han matizado y moldeado la vida de unas gentes que hoy apenas tiene cabida en nuestro ególatra mundo. Historias que irremediablemente se pierden cada vez que una de aquellas personas que las contaba al fuego del lar o al fresco que nunca llegaba en este tórrido verano se extingue. Por desgracia, cada vez que esto ocurre se rasga un poquito esa soga que nos amarra  a esta tierra, o a cualquier tierra, en la que los hombres, a fuerza de tesón, han labrado su cultura, su forma de ver e interpretar la vida.
            Y, mientras esto escribo, pienso que al fuego le ha sustituido la televisión y al fresco del verano el aire acondicionado; y las historias impresas se pueden ver en DVD, que cansan menos Y, unas cosas por otras, nos comunicamos menos y nos aburrimos más. Y con esto no quiero decir que sea mejor el atavismo que la modernidad, sino que hay cosas que no debemos olvidar para no olvidar quiénes somos y de dónde venimos.

  ¡Oh, qué cálido era aquel fuego alrededor del cual las historias nutrían nuestras vidas!

sábado, 23 de abril de 2011

Curiosidad

            Se puede pasar las horas absorto en la contemplación del comportamiento de  un pequeño niño, en cómo observa todo lo que le rodea, en cómo mira con ojos atentos cada fragmento de vida que ante él pasa. Como se suele decir, son “esponjas” que absorben todo el líquido de la experiencia y el aprendizaje; raudos balbucean sus primeras palabras a imitación de lo que sus oídos escuchan; veloces inician sus indiscretas y, muchas veces, fatigosas preguntas sobre el porqué de las cosas… Y el motor que les impulsa es la curiosidad. La curiosidad por observar el nuevo mundo que les rodea, la curiosidad por averiguar cual es su papel en el mismo, la curiosidad por aprender de todo ello.
            La curiosidad pueril, generalmente, se va perdiendo con los años y con la rutina que hace invisibles los paisajes que nos rodean diariamente. El mundo rutinario de los adultos hace desvanecer en  nuestra mente la curiosidad que nos impulsaba a desarrollarnos plenamente en el enriquecedor aprendizaje infantil. Y todos, a cierta edad, queremos ser adultos, sin darnos cuenta de que, de esta forma, perdemos la inocencia y reducimos la curiosidad  que en los primeros años nos mantiene vivos.
            Pero algunos adultos rehúyen de perder en los recónditos abismos de los años su cualidad de curiosos. Porque la curiosidad de estos hombres valientes es lo que nos hace avanzar y medrar en nuestras vidas. Porque gracias a esta curiosidad sobre lo que nos rodea nos hace conocernos mejor como especie que puebla este planeta, aún por descubrir.
            Los grandes descubrimientos de la Humanidad fueron fruto de la curiosidad y de la gallardía de aventureros que no habían dejado de ser del todo niños, como la curiosidad que hace al niño meter la mano entre las piedras para saber qué hay entre ellas…. Pero estos grandes descubrimientos apenas podrían sostenerse sin los “pequeños” descubrimientos que son sus cimientos, alimentados siempre por la curiosidad de alguien.
            Los hombres excelentes siempre se han caracterizado por su desmedida curiosidad, la cual les ha llevado a la observación y, tras la posterior aplicación del correspondiente método, a la materialización de ideas que mejoran o ayudan a mejorar la vida de los demás. Estos hombres excelentes son los niños que los demás nunca deberíamos haber dejado de ser.
            Pero para los agoreros pesimistas que siempre mantienen que la curiosidad mató al gato, Nietzsche sentenció que lo que no me mata, me hace más fuerte. 

viernes, 22 de abril de 2011

Almonte

            El agua verberaba en las esféricas rocas de los riberos con la vehemencia que le daban las pasadas lluvias primaverales. El agua hablaba en su natural idioma mientras se lucía coruscante ante el fulgor del sol de mediodía. Las orillas se poblaban de flores amarillas que perfumaban el rumor incesante del agua, mientras en las dehesas anejas, las sabias y provectas encinas se distraían en el lento paso de su tiempo. Por las laderas escavadas por el río pastaban serenas algunas vacas que con sus cencerros humanizaban levemente la estampa.
            Ningún ruido ajeno al paisaje y a la Naturaleza perturbaba la imaginación del caminante. Ante todo esto, el caminante curioso rememoraba aquellas bucólicas novelas pastoriles tan en boga en el Siglo de Oro; esas novelas que idealizaban los paisajes puros y apenas alterados, donde los pastores loaban y, en otros casos, purgaban sus cuitas de amor. En este entorno el caminante curioso podía ver, prestando mucha atención a su imaginación, a las míticas serranas, con su zurrón de recio cordobán al hombro, brincar de cancho en cancho, de peña en peña; porque no muy lejos de aquí hacía de las suyas la más famosa serrana de Extremadura: la Serrana de la Vera.
            Poco a poco, la ensoñación del caminante se iba difuminando mientras veía la carretera asfaltada, símbolo de la moderna realidad, que atravesaba el valle fluvial. Volvía plenamente al mundo real  tras subir una varga que lo dejó pisando el asfalto y en una señal de fondo marrón se leía: Río Almonte

viernes, 8 de abril de 2011

Hirundidae en el Jardín de la Isla

Un breve paseo por el Jardín de la Isla de Aranjuez puede proveer la tarde de interesantes observaciones ornitológicas. Hoy, en compañía de mi cachorro de humano, hemos estado observando los hirúndidos que pueblan el Jardín, así como algunos rasgos etológicos de los mismos, como la recogida de barro de las cercanías de una fuente para la edificación de su nido.
            Una pareja de golondrinas dáuricas ( Hirundo dáurica) se turnaban recogiendo barro de las cercanías de una fuente de agua potable y, confiadas, dejaban que se acercara mi cachorro a una distancia muy cercana antes de iniciar el raudo vuelo. Lástima que no pudiera avistar la ubicación del nido en construcción, o reparación.
            Los aviones comunes (Delichon urbica) no cesaban de entrar y salir en ágiles acrobacias aéreas de los nidos situados bajo los balcones de Palacio sin parar de emitir sus ruidosos chillidos.
            Las golondrinas comunes (Hirundo rustica) se perseguían en juguetones vuelos  amorosos sobre la ría, preparando una muy que posible cópula que perpetúe, en su humilde medida, su especie.
            Y todas las especies volaban sobre el río devorando pequeños mosquitos que ya se van reuniendo en colonias que forman oscuros nubarrones  sobre las plantas y el río.
            Una tarde puede ofrecerte interesantes observaciones y emociones relacionadas con las aves que pueblan las zonas más cercanas a nuestros domicilios, sin necesidad de huir a paraísos lejanos, que, por otra parte, tampoco estaría mal visitar.

Entrada también publicada en seo-aranjuez.blogspot.com.

martes, 5 de abril de 2011

Ojos negros

            El ruido de un pequeño balbuceando sus primeras conversaciones; los electrodomésticos haciendo temblar los motores y sus carcasas; un vocinglero hablando mucho sin decir nada en la pantalla del televisor; el tono verbenero de un teléfono móvil; el trajín familiar de después de la cena… De repente, el inexpugnable sonoro del hogar se ve atravesada por un potente ulular cercano, muy cercano. El culpable de esta intromisión sonorosa mira con sus ojos negros desde una antena de televisión a la ventana de mi cocina. Repite su potente y descriptivo ulular. Lo observo con detenimiento tras mis prismáticos mientras el me mira desafiante con sus ojos negros; gira su cabeza mirando alrededor, me vuelve a mirar desafiante y deja en el viento su canto. Su rechoncha figura sobre la antena de televisión se integra en el paisaje urbano: La contaminación lumínica permite avistar lo pardusco de su plumaje, totalmente fuera de lugar por el mimetismo para el que fue creado.
            Pasan unos instantes, me vuelve a mirar desafiante, emite su imponente canto y, silencioso, echa a volar. Tras su marcha me quedo mirando a la solitaria antena, deseando que haya provocado interferencias en la señal y el vocinglero de la tele se haya quedado sin voz.

lunes, 21 de marzo de 2011

Retazos sobre un Mochuelo Europeo

La tarde se deslizaba veloz hacia un cuarto creciente que despuntaba en el cielo. Mis pasos se aceleraron en la gravilla del camino con la intención de llegar pronto a casa. Sobre un poste de un vallado una estática sombra emplumada me observa con atención. Mis pasos se van parando lentamente, mis ojos atisban unos ojos amarillos que curiosos se preguntan qué hace ése ahí. De repente, la sombra de amarillos ojos emite un sonido lastimero que me sobresalta. A lo lejos se escucha otro sonido muy parecido; le ha contestado. Me pregunto qué se habrán dicho uno al otro. Mientras tanto la orquesta sinfónica de pequeños insectos nocturnos interpreta la música de fondo de sus vidas. Mis prisas por llegar a casa se han desvanecido como la esperanza del sediento por encontrar agua en medio del desierto. Sólo deseo observarle un poco mejor, oírle, intentar descifrar lo que dice. Él no me quita su amarillo mirar de encima; mi presencia le incomoda. Me quedo quieto, inmóvil como él. Y observo. Por un momento ignora mi presencia, gira su cabeza y mira hacia el suelo. Vuelve a gritar y, en la lejanía, le vuelven a responder. Silencioso da un salto y echa a volar, cruzando el aire con un ensordecedor mutismo. Me siento solo.
            Vuelven mis pasos sobre el camino mientras medito sobre la observación de este imborrable anochecer. Por dentro le felicito, sé que este es su año y me encantaría brindar con él por un futuro mejor para él y los suyos. A la vez que mis pasos se han vuelto a acelerar pienso en la vida que aportan a los caminos, a las pequeñas carreteras, ahí asomados al balcón de su atalaya observando atentos el crujir de unas hojas en el suelo; observando el torpe volar de un escarabajo pelotero. No he querido evitar pensar en lo importante que ha sido esta pequeña rapaz en mi vida, en mis anocheceres en los caminos que serpentean hacia el pueblo; en las frías noches esteparias intentando escucharle contra un  cortante viento que no me dejaba oír; en las alegres jornadas diurnas en las que madrugador se posaba sobre un tocón de encina…
FELICIDADES querido Mochuelo europeo.

jueves, 17 de marzo de 2011

Vigencia

Ando estos días enfrascado en la lectura de "El hombre mediocre" de José Ingenieros. Compré una edición barata de papel de muy baja calidad, pero con un contenido sorprendente. Nunca antes había oído hablar de este autor ni de nada de su obra, pero me atrajo el texto de la contraportada y nada más comprarlo relegué la lectura de otros títulos que me esperaban en el anaquel y me lancé a su lectura. El libro, entre otras cosas, hace una exaltación del hombre joven e idealista, hombre superior, frente al hombre mediocre carente de ideales y que sobrevive a la sombra del anterior. A pesar de que la obra fue escrita en 1913 se encuentra completamente vigente. A veces uno lee pasajes que parece que se acaban de redactar; es impresionante que haya pasado un siglo como el siglo XX y sigamos igual en conceptos tan importantes para la sociedad. Como muestra un botón"En la primera década del siglo XX se ha acentuado la decadencia moral de las clases gobernantes. En cada comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial, excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas. Aquí son castas advenedizas, allí sindicatos industriales, acullá facciones de parlaembalde. Son gavillas y se titulan partidos. Intentan disfrazar con ideas su monopolio del Estado. Son bandoleros que buscan la encrucijada más impune para expoliar a la sociedad". Espero que les guste.

El inicio

Inicio este blog, el primero de mi vida, como una ventana abierta a mis pensamientos y a lo  que me interesa y, espero, que a alguien que navegue por este mar bravío también le interese. ¿Y qué es lo que me interesa? Pues la ornitología, la lectura, la música de cualquier índole, la naturaleza, la familia, las palabras... Y todo lo que me pase por la cabeza y mis dedos materialicen en texto, que, por cierto, puede ser cualquier cosa.
   Y en estas andaré mientras tenga tiempo y ganas para ello. Espero que les guste.