Los edificios de las
calles de los barrios periféricos rezuman esfuerzo y sudor, coraje e ilusión,
esperanza y valentía; y están habitados por esa clase de personas que no hinca
la rodilla ante la adversidad, apretando con fuerza los dientes y respirando el
arrojo que le insufla la necesidad, y son atletas esforzados por alcanzar
raudos su meta.
Los edificios de las calles de los barrios huelen a
libros de segunda mano apilados sobre modestos escritorios de aglomerado,
mientras en el salón berrean los cínicos desde el aparato de televisión; huelen
al agrio sabor de las manos encallecidas de padres abnegados que se dejan la
vida, y la salud, para educar y dar estudios a su prole; huelen a la necesidad
de mejorar y de ofrecer un futuro mejor; huelen a trabajos de fin de semana y a
publicidad en los buzones, que ayudan en los gastillos.
Los edificios de las calles suenan a dedicación en lo que
se emprende y a horas que luchan encarnizadamente contra el reloj; suenan a
honradez tras la mesa camilla y a dulces valores en la cocina, frente a la
llama azul que alimenta el butano; suenan a la sinfonía que desmigan los
humildes y a la polonesa del piano de las noches en vela, donde el café y la
luz del flexo aliñan los libros de texto.
Los edificios saben a la funda azul del trabajo bien
hecho, que cuelga , como un espíritu sin cuerpo, de la cuerda de tender y a la
bata blanca de inmaculados lamparones de mujer de la limpieza; saben a dolores
de espalda y a friegas de alcohol de romero; saben a tomates recién
recolectados y a barro de regadío adherido a las suelas de los zapatos; saben a
la virtud de las cosas que se saben hacer bien y a esfuerzo concentrado; saben
a ganas de prosperar y a ganas de salir de la indigencia moral que les rodea.
P.S. Gracias Juanju por la idea.
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