Pues resulta que hay señores en España, que ostentan cargos
públicos, que no se han enterado muy bien de qué va eso de la función pública,
eso del servicio al ciudadano por el que muchos han dado la vida, eso tan
antiguo que los griegos denominaron democracia.
Y a
todos, al leer estas palabras, se nos vienen a la mente multitud de nombres.
Pues
resulta que uno de esos señores, acomodado en el terciopelo rojo de la poltrona
de un Ayuntamiento de una gélida ciudad castellana, ubicado en ella por la
voluntad del pueblo soberano para cumplir con su programa electoral, se bajó
vergonzosamente los pantalones para que le patearan el culo. ¿Y quién le pateó
el culo? Pues los de siempre, señores: los demócratas de contenedor quemado y botellazo
al policía; los demócratas que se arrogan con la soberanía popular en las
calles, con algaradas y disturbios, en lugar de con votos en las urnas; los
demócratas que, muchos de ellos, nunca ejercieron el derecho a votar; los
demócratas que ejercen “su” libertad hollando con fuerza los derechos y
libertades del resto de ciudadanos; los demócratas que hacen uso de la
violencia cuando algo no les interesa, como el que, sin llevar la razón, eleva
el tono de su voz hasta convertirlo en grito en las discusiones triviales de
barra de bar.
Pero no
son estos demócratas los únicos responsables, ni siquiera los máximos
responsables.
El
máximo responsable de semejante desaguisado es un pusilánime alcalde con una
terrible y temible falta de arrestos para representar la voluntad popular de su
ciudad. Por miedo, por vergüenza o por consecuencias políticas (que le
defenestren de su poltrona, verbigracia) dio la razón a los demócratas de
algarada y litrona arrojadiza, quitándosela, a su vez, a aquellos que pusieron
su esperanza y confianza en él en las urnas, con el único objetivo de hacer de
su ciudad un lujar mejor y más habitable. Y lo peor de todo, sentando un
peligroso precedente que, un año después, hace resurgir los disturbios porque a
unos pocos no les gusta que se remodele una plaza de toros ,y, como ya les dio
la razón cuando se impuso su voluntad de la hora de reformar una calle, buscan
su objetivo con desordenes.
Pues
resulta que algunos todavía no se han enterado que un cargo público lleva
aparejada una responsabilidad (que siempre suele diluirse en cargos
inferiores); y esa responsabilidad no es otra que el compromiso que se tiene
con las personas que , dentro de la legalidad establecida, votan. Y si no se
puede o no se quiere cumplir, pues habrá que dedicarse a otra cosa… Mariposa.
¿Qué será lo próximo? Lo
desconozco, pero me da a mí que este señor, con su cobardía, no va a poder
realizar nada que se ajuste al interés de la mayoría silenciosa, enemiga de
levantamientos callejeros, enemiga de pagar con sus impuestos los destrozos,
enemiga de que apedreen a los funcionarios encargados de protegerles, enemiga,
en definitiva, de que sus derechos sean pisoteados y sus impuestos sean
empleados en pagar los desmanes de los que no saben lo que es vivir en
libertad.
P.D. Nótese la ironía al utilizar el término demócrata.
P.S. En este artículo no quiero decir que se tenga o no
razón, o que la obra sea justa o injusta, sólo quiero hacer notar la falta de responsabilidad de algunos cargos públicos electos. Y nada más. Lo demás
será otro debate.
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