Queridos papá y mama:
Os
escribo desde más allá del olvido. Y escribo desde tan lejos porque no ha sido
fácil encontraros: no tenéis un domicilio fijo donde enviaros la correspondencia
ni tampoco os he podido localizar en ninguna de las tantas “granjas” de
rehabilitación por las que habéis pasado en todos estos años de peregrinación o
huida hacia ningún sitio; siempre que yo llegaba vosotros ya os habéis marchado
sin dejar ni rastro. A través de Instituciones Penitenciarias la cosa no fue
muy fácil que digamos, no os podéis hacer una idea de la cantidad y calidad de
trabas burocráticas que son capaces de poner.
Pero,
por fin, logro contactar con vosotros, y me ha dado una enorme alegría, ya que
llevo muchos años queriendo agradeceros haberme dado la vida.
Quiero
agradeceros que gracias a vuestra vida, digamos que disoluta, entreverada de
drogas, alcohol y presidios, y tras infinitos e inefables avatares, recalé en
un maravilloso Centro de Menores. Un
Centro donde me agasajaron con el sucedáneo de calor familiar que un niño de corta edad necesitaba.
Gracias
a vosotros y a mi internamiento en el Centro, logré conocer a una verdadera
familia, compuesta por muchos niños con una situación parecida a la mía o
incluso peor: vosotros, por lo menos, no habíais engalanado mi minúsculo y
desvalido cuerpo con magulladuras, moretones y quemaduras de cigarro, entre
otras cosas que es mejor callar. Con estos niños aprendí a discernir el bien y
el mal, pero un bien y un mal que vosotros sí conocéis pero que el resto de la
gente lo entiende o interpreta de un modo muy diferente. Con estos niños, al
fin y al cabo los hermanos que nunca tuve y siempre desee, aprendí que el olor
a gasolina impregnada en un trapo sirve para menguar la sensación de hambre que
asola las tripas y la mente del que lo padece. Asimilé también que el pegamento
inhalado pega un “pelotazo”, como vosotros diríais, en la cabeza que te hace dejar
de sentir aquello que hace sentirte peor. Lo de hurtar, sirlar y pasar hachís
sin que la policía se dieran cuenta, vino algo después. Gracias a vosotros supe
de todas estas cosas que te ayudan a "sobrevivir", mientras vosotros deambulabais
cuasi moribundos y a trompicones por los poblados de cualquier ciudad de España,
mendigando o suplicando tal vez una puta micra de caballo con la que cabalgabais
hacia un lugar de difícil retorno.
Gracias
a vosotros y a la vida que me habéis dado, logré averiguar lo que es la
verdadera Navidad. Una Navidad aderezada con el cariño de los educadores que
libraban y con el de los vigilantes de seguridad que nos custodiaban. Una Navidad con
un plato de sopa y varios langostinos para compartir. Una Navidad jubilosa en
la que el único deseo era que los escudriñadores ojos de los vigilantes miraran
para otro lado para "petardear" el cerebro con una raya de speed o cualquier otra
mierda de esas tan beneficiosas para mi pueril salud. Una Navidad dichosa con
regalos de la beneficencia. Una verdadera Navidad en familia.
Por
no decir de los cumpleaños. Unos cumpleaños repletos de amigos, con vela en
forma de número en la tarta, cumpleaños feliz y regalos envueltos. Unos
cumpleaños carentes de los besos y abrazos de unos padres ausentes. Unos cumpleaños
felices en familia.
Gracias
a vosotros, la educación aportada y el paso de los años, volví a recalar en
otro Centro, aunque esta vez penitenciario, el cual tú, papá, conoces muy bien,
ya que cinco años de tu desdichada vida los pasaste entre sus barrotes. Cuatro
años de condena dan para mucha narración, pero a estas alturas de la vida, a
quién le importan. Sólo deciros, para resumir y no aburriros, que el Capellán
de la prisión se preocupó mucho por mí, e hizo todo lo que estaba en su mano
para que no me metiera en más problemas de los que ya llevaba y que pudiera
acceder a los estudios universitarios que, posteriormente y una vez en libertad,
finalicé con éxito.
Ahora,
y siempre gracias a vosotros y ese inestimable apoyo que me brindasteis, puedo
escribiros esta carta desde la mesa del despacho del bufete de abogados que he
montado junto con uno de los compañeros del Centro, que, como yo, ha salido de la
peor de las mierdas imaginables.
Gracias,
papá y mamá. Sin vosotros todo esto no hubiera sido posible.
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