El
invierno, como habitualmente, con sus
carámbanos colgando de los tejados, sus charcos helados en los caminos, deja
los campos gélidos que abonan el refulgir de la primavera venidera. Primavera
de luces y agua, de olores y colores, de flores e insectos, de vida, en
definitiva.
Las soleadas treguas que el invierno nos viene
dejando, son aprovechadas por los seres
vivos que se asoman a la ventana del esplendor que tanto ansían. Los pequeños
pajarillos ensayan los cantos, desperezando así la invernada reinante bajo el
tenue calor del sol.
Los Aguiluchos Laguneros (Circus aeruginosus), en el soleado domingo en que posamos
nuestras miradas en la laguna, se hallan marcando su territorio sobre la
espesura del carrizal que circunda la laguna. Sobrevuelan el carrizo y realizan
sorprendentes picados, cruces aéreos imposibles e incluso comienzan el aporte
de los materiales que van a constituir el nido donde nacerán sus polluelos. Los
machos se señorean ante la añorada luz del sol, haciendo reverberar el blanco
de sus plumas secundarias a la vez que giraban repentinamente, timoneados por
su cola. Las hembras, los observan desde cerca mientras vuelan a una prudencial
distancia. Todo presagia la próxima llegada de la primavera acompañada del
cortejo, de la posterior cópula y de la eclosión de los huevos que perpetúan la
especie.
Y nosotros dejándoles
hacer, parapetados en el alejamiento, ojo en ristre sobre el ocular del telescopio,
disfrutando de estas pequeñas alegrías con las que el campo siempre nos agasaja.
Precioso texto. La foto muy bonita tambien :)
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