Se encaramó, lento pero seguro,
al cancho picudo que le impedía avanzar por el sendero junto al arroyo. Se
sintió fuerte y alzó sus menudos brazos en señal de victoria. Mientras tanto,
los cachones entintaban de blanco las gélidas aguas que el otoño había dejado en la sierra y que ahora
buscaban su acomodo en la inminente llanura.
- ¡He
escalado! ¡He escalado!
La
euforia, exenta de miedo, irrumpía en su cuerpo despojándolo del sentimiento
pueril y acercándolo a la fortaleza madura con la que todo niño anhela. Había
conseguido su primera cima; la cima de un sueño; la cima del esfuerzo. Y como
espectadores se encontraban sus padres. Las únicas personas a las que quería
demostrar su valía y fortaleza, las únicas personas con las que contaba, las
únicas personas que formaban su mundo, las únicas personas que, maravilladas,
habían sido testigos de su proeza, de su coraje, de su primer salto al vacío
sin red.
Exultante,
continuó su camino por la vereda apenas hollada por pastores ancestrales. Difícilmente
cabía ya en su pequeño y liviano cuerpo,
engrandecido por su mítica proeza. El lene viento alzó una pequeña guedeja
cercana a su frente, imprimiéndole a su figura una ufanía de gallo de corral
triunfante en un lance amoroso. Pero la trocha se empeñaba en plantar sus pies
en el suelo, poniendo, en este caso, otro muro infranqueable a simple vista,
exornado con aristas y musgo resbaladizo. Giró su cabeza en busca de la
complicidad de los padres que, pasos atrás, le seguían. Ornó sus labios con la
más pícara de las sonrisas y sin dilación arrostró el reto de volver a escalar
el canchal que le impedía continuar. Con agilidad inusitada en su corta edad,
afrontó el primer tramo sin inconveniente alguno. De pronto, un escurridizo
tapiz de musgo se asentó sobre su pisada y le hizo resbalarse, quedando colgado
de la única fuerza que sus brazos podían ejercer. Volvió a girar la cabeza,
pero esta vez no buscaba otra cosa que no fuera una ayuda urgente. Sin embargo,
imbuido por un orgullo hasta ahora desconocido en él, tornó su cara hacia la
sólida roca y, sacando brío de su interior, alzó la pierna que había resbalado,
fijándola en una arista más amable. Se impulsó y dos pasos más arriba se
encumbro como el alpinista que, tras años de duro entrenamiento, alcanza la
cumbre más alta del mundo.
- ¡Lo
conseguí! ¡Lo conseguí!- Dijo desde lo alto, mientras su resuello reflejaba el
titánico esfuerzo que lo había llevado a cumplir su objetivo. Volvió a buscar
una mirada de complicidad en sus progenitores y, una vez obtenida, sonrió y,
dándose media vuelta continuó alegre su camino.
Por la noche,
en el calor del hogar, rememoró sus hazañas como lo haría un abuelo ante los
atónitos ojos de sus nietos. No paró de hablar, de relatar cada paso que dio en
el canchal, hasta que sus párpados, poco a poco, arroparon cariñosamente a unos
ojos victoriosos.
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