Arde
España. Los montes; los bosques; los pastizales; las dehesas; los Parques
Naturales; los Parques Nacionales; en definitiva, el campo, nuestra naturaleza.
Muchos factores convergen para que arda España, pero uno, el más importante de
todos, es el abandono del campo. Hemos pasado en un puñado de años de una
sociedad eminentemente rural a una plenamente urbana; hemos pasado de trabajar
el campo a convertirnos en obreros especializados; hemos pasado de convivir con
la naturaleza a hollar exclusivamente aceras y asfalto. Las poblaciones rurales
de las que muchos provenimos o descendemos se han envejecido, convirtiéndose en
fósiles de una sociedad urbanita que vive de espaldas a ellos. Muchos (casi
todos) los usos tradicionales de nuestros campos han desaparecido o se
encuentran en peligro crítico de extinción. Nuestros abuelos se mueren y se
llevan con ellos esa sabiduría ancestral que nadie parece querer heredar, esos atávicos
oficios que pierden su continuidad abrumados por el plástico sínico que nos
invade. Nuestros pueblos fenecen al ritmo que fenecen los abuelos y sus
tradiciones. Nuestro campo se abandona al abandono y se inunda de yesca lista
para arder, de un incendio latente a la espera de la chispa que todo lo calcine.
Muchos
medios se han destinado para evitar que España se abrase con la llegada de las
buenas temperaturas: retenes antiincendios, Unidades Militares de Emergencia,
endurecimiento de las penas para los pirómanos, leyes específicas para evitar
todo tipo de especulaciones del suelo, etc. Pero en muchas ocasiones se ha
olvidado de una medida esencial: la prevención. Y la mejor prevención es la que
se ha demostrado que ha funcionado durante milenios: el uso
racional del campo. Desde las podas arbóreas para la producción de carbón
vegetal, hasta el pastoreo extensivo de todo tipo de ganado, que además de
eliminar de manera natural la maleza fertilizan el campo con sus deposiciones.
De estas maneras, la unión de la naturaleza y el ser humano se lo ponen más
difícil al pirómano, o al incendio fortuito, ya que el depósito del combustible
se encuentra en reserva y puede agotarse antes de extenderse al resto del
bosque o de la dehesa.
Por
otro lado, muchas de las personas que abandonan nuestros pueblos lo hacen
porque no tienen otra opción laboral y, así, cambian a su familia y su modo de
vida por una situación laboral más segura. Muchos de ellos se quedarían en sus
pueblos si una condición laboral digna se presentase ante ellos, sin tener que
cambiar de lugar ni de vida. La ganadería extensiva y la trashumancia
pueden ser una de estas opciones, entre otras.
La
ganadería extensiva ofrece una importante labor de conservación de la
naturaleza, evitando los temidos incendios forestales, abonando el campo, como
ya se ha dicho, y a la vez proporciona unos productos de consumo con una
envidiable calidad. La correcta gestión de este tipo de ganadería genera una
serie de beneficios bilaterales, es decir, hacia el productor y hacia el
consumidor de los productos que de ella se derivan. Para el productor los
beneficios irían orientados hacia la consecución de un trabajo loable y digno,
la conservación del territorio por donde pastan los rebaños, así como el
mantenimiento de modos de vida y trabajo tradicionales y sostenibles con la
naturaleza que les circunda. Para el consumidor los beneficios irían dirigidos
hacia una mejor calidad de los
productos alimenticios (carne, leche, quesos) y de los derivados del ganado
(cuero, lana, productos artesanales). Y un beneficio más que habría que añadir: el rejuvenecimiento de las poblaciones rurales, ya que muchos habitantes de la ciudad se trasladarían a éstas si tuvieran esta oportunidad. Estos beneficios se pueden lograr por
medio del asociacionismo rural y la consecución de denominaciones de origen
para los productos que elaboren. Del mismo modo, también son necesarios
acuerdos con las distintas Administraciones Públicas para que apoyen de
múltiples maneras este tipo de soluciones para el mundo rural. Dichos apoyos
pueden ser tanto a nivel económico (cosa difícil que ocurra en los tiempos que
corren, aunque existen otros gastos banales que no se suprimen), como a otros niveles como el publicitario, o tecnológico, por ejemplo.
Con
esto no se quiere decir que tengamos que volver hacia atrás, hacia un mundo
rural y atávico, pero sí se quiere decir que la gente que vive en el ámbito
rural de nuestro país merece este tipo de soluciones, las cuales pueden maridar
con el turismo rural y otros tipos de iniciativas que evitan el óbito de
nuestros pueblos. Por ello también hay que aprovechar los avances tecnológicos
que se nos proporcionan para lograr estos objetivos, facilitando el duro
trabajo del campo, así como la venta de los productos que se obtienen del mismo,
la gestión de este tipo de negocios y, por supuesto y por el interés que en
ello les va, la conservación de la Naturaleza.
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