La televisión es un medio de comunicación con una garra y una fuerza imponente. Es capaz de movilizar e inmovilizar a la vez a grandes masas de población, que plácidamente sentadas en su sofá fagocitan todo lo que les muestren los rayos catódicos. Pero también es un medio que nos aísla de nuestros congéneres que están arrellanados junto a nosotros; un medio que ha extinguido las conversaciones de sobremesa, que ha sustituido el calor del hogar donde se narraban historias familiares de aquellos bisabuelos que lucharon en Cuba o de aquellos abuelos que en el año del hambre comían bellotas para no fenecer.
Quiero imaginar que en un principio, cuando este medio era incipiente, los prohombres de esta España nuestra vieron un medio eficaz para extender la cultura y el pensamiento en el pueblo. Quiero imaginar que los grandes historiadores pensaron que a través de esa caja de madera que emitía imágenes se podía mostrar las grandes obras arquitectónicas medievales, se podían recrear las grandes batallas navales, se podían ilustrar los grandes momentos y las terribles vicisitudes por las que la Historia nos ha hecho pasar. Quiero imaginar a los grandes divulgadores científicos, éstos con más suerte que los anteriores, soñando con producir programas que nos acercaran a los astros, a los grandes fenómenos de la Naturaleza como terremotos o erupciones volcánicas, a la etología de los animales fieros y salvajes. Quiero imaginar a los grandes literatos anhelar una programación en la que ubicar al Mío Cid y su camino, en la que el teatro pudiera llegar a la gente, como una vez lo intentó Federico García Lorca, pero esta vez sin tener la necesidad de salir de casa; en la que las grandes obras literarias accedieran a las casas españolas y la gente se animara a leer. Quiero imaginar que existía una vocación de Servicio Público entre la gente que creó la televisión.
Por suerte o por desgracia, no viví aquellos tiempos que pudieron ser revolucionarios o, tal vez, evolucionarios y, es por ello, por lo que quiero imaginar. Los grandes prohombres erraron en sus ensoñaciones y aspiraciones de culturizar a las masas sedentes. Hoy la televisión ha dejado de ser un ente público para convertirse en un ente impúdico. Pero a raíz de esto surgen las preguntas: ¿Cómo se desvirtuó ese uso de culturización de este potente medio de comunicación? ¿Quizá fue por parte de los magnates televisivos o por la querencia del pueblo a fagocitar asuntos de fácil digestión sin preocuparse lo más mínimo por los grandes hechos que nos rodean o que en algún momento nos han rodeado? ¿O tal vez, los prebostes políticos forzaron a los magnates televisivos al observar que el nuevo medio era un terrible y poderoso arma de adormecimiento, adoctrinamiento y manipulación? No tengo respuestas.
Lo que sí se sabe es que ahora la cultura ha quedado relegada a cadenas muy específicas de pago o a la microreserva en que se ha convertido la 2. De las cadenas privadas directamente nunca se ha incluido este tipo de programación en sus parrillas: no venden. El público prefiere escuchar sandeces de personas que hablan mucho con palabras vacuas sin decir absolutamente nada, inventándose además términos que desvirtúan el idioma castellano. Y, de este modo, también se ha desvirtuado un medio de comunicación potente y eficaz, convirtiéndolo en un contenedor de hedionda basura imposible de reciclar y, a las alturas que estamos, imposible de reestructurar o de dotarlo de una programación de contenido sustancioso.
¿y telecinco que opinará sobre esto? yo, hace tiempo que dejé de mirar tele. Ahora sólo la veo en contadas ocasiones.
ResponderEliminarMuy buenas Javi.
ResponderEliminarBuena entrada amigo :-), de acuerdo al 100% con tus reflexiones.
Un abrazo
Gracias por los comentarios, amigos. Lo cierto es que la televisión tiene que cambiar sustancialmente; su fuerza y su garra son espectaculares y están poco explotadas en el ámbito cultural, pero, claro, eso ¿a quién le interesa?
ResponderEliminar