Hace más de treinta años, cuando la televisión era un ente que aportaba más calidad que cantidad – sólo había dos canales-, unas imágenes y una voz nos cautivaban y nos mantenían frente al televisor con los ojos abiertos de para en par: Animales de porte grandioso se mostraban ante la cámara en sus más comunes y corrientes actividades diarias: cazando, cuidando a sus pequeñuelos, desarrollando sus habilidades en entretenidos juegos, soleándose ante el gran astro o cortando su silueta ante el resol del sol en la luna, etc; bosques mediterráneos y vertiginosos cortados rocosos enmarcaban la vida animal expuestos como cuadros paisajistas repletos de detalles geológicos y florísticos. Y en medio de todo esto la presencia del hombre; del hombre y del verbo, narrando las historias de la vida y de la muerte.
La presencia de Félix en cada documental era arrolladora, imponente e hipnotizadora; pero más que su presencia, su peculiar voz y su especial forma de narrar los avatares de la vida animal nos trasladaban a aquellos páramos castellanos, a aquellas sierras de verdes pinares y verticales cortados, a aquellos ríos vivos y coleando… Realmente estábamos allí junto a la nutria y al martín pescador, junto al buitre negro y al águila real, junto al lobo y al pastor, y aprendíamos de su vida y sus costumbres en primera persona cautivados por la voz del maestro, por las imágenes de los paisajes y de los animales.
Pero aparte de la presencia y de la impetuosa voz, nos cautivaban sus palabras; palabras poco usadas, nada frecuentes, pero vivas, muy vivas y bellas, muy bellas. Palabras que con la entonación que Félix las imprimía, se convertían en palabras mágicas, esclarecedoras. Palabras como esbardo, raposo, montaraz, recio, cetrería y un largo etcétera, fueron talladas a fuego en nuestros vocabularios infantiles y, por ende, en nuestros vocabularios adultos y en nuestras vidas. ¿Y quién no pronuncia estas palabras y no recuerda al gran maestro, a uno de los grandes culpables de que seamos como somos? ¿Y quién de nosotros al pronunciar o escuchar uno de esos imperecederos términos no da las gracias a ese gran naturalista y comunicador?
Esas palabras que hoy apenas tienen uso, porque se ha depauperado tanto el lenguaje que con mil palabras nos podemos comunicar, pero que deben ser revindicadas para una mejor comprensión de nuestro lenguaje, de nuestra forma de ver el mundo, de nuestra naturaleza, en definitiva, para una mejor interpretación de la VIDA.
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