El ruido de un pequeño balbuceando sus primeras conversaciones; los electrodomésticos haciendo temblar los motores y sus carcasas; un vocinglero hablando mucho sin decir nada en la pantalla del televisor; el tono verbenero de un teléfono móvil; el trajín familiar de después de la cena… De repente, el inexpugnable sonoro del hogar se ve atravesada por un potente ulular cercano, muy cercano. El culpable de esta intromisión sonorosa mira con sus ojos negros desde una antena de televisión a la ventana de mi cocina. Repite su potente y descriptivo ulular. Lo observo con detenimiento tras mis prismáticos mientras el me mira desafiante con sus ojos negros; gira su cabeza mirando alrededor, me vuelve a mirar desafiante y deja en el viento su canto. Su rechoncha figura sobre la antena de televisión se integra en el paisaje urbano: La contaminación lumínica permite avistar lo pardusco de su plumaje, totalmente fuera de lugar por el mimetismo para el que fue creado.
Pasan unos instantes, me vuelve a mirar desafiante, emite su imponente canto y, silencioso, echa a volar. Tras su marcha me quedo mirando a la solitaria antena, deseando que haya provocado interferencias en la señal y el vocinglero de la tele se haya quedado sin voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario