La tarde se deslizaba veloz hacia un cuarto creciente que despuntaba en el cielo. Mis pasos se aceleraron en la gravilla del camino con la intención de llegar pronto a casa. Sobre un poste de un vallado una estática sombra emplumada me observa con atención. Mis pasos se van parando lentamente, mis ojos atisban unos ojos amarillos que curiosos se preguntan qué hace ése ahí. De repente, la sombra de amarillos ojos emite un sonido lastimero que me sobresalta. A lo lejos se escucha otro sonido muy parecido; le ha contestado. Me pregunto qué se habrán dicho uno al otro. Mientras tanto la orquesta sinfónica de pequeños insectos nocturnos interpreta la música de fondo de sus vidas. Mis prisas por llegar a casa se han desvanecido como la esperanza del sediento por encontrar agua en medio del desierto. Sólo deseo observarle un poco mejor, oírle, intentar descifrar lo que dice. Él no me quita su amarillo mirar de encima; mi presencia le incomoda. Me quedo quieto, inmóvil como él. Y observo. Por un momento ignora mi presencia, gira su cabeza y mira hacia el suelo. Vuelve a gritar y, en la lejanía, le vuelven a responder. Silencioso da un salto y echa a volar, cruzando el aire con un ensordecedor mutismo. Me siento solo.
Vuelven mis pasos sobre el camino mientras medito sobre la observación de este imborrable anochecer. Por dentro le felicito, sé que este es su año y me encantaría brindar con él por un futuro mejor para él y los suyos. A la vez que mis pasos se han vuelto a acelerar pienso en la vida que aportan a los caminos, a las pequeñas carreteras, ahí asomados al balcón de su atalaya observando atentos el crujir de unas hojas en el suelo; observando el torpe volar de un escarabajo pelotero. No he querido evitar pensar en lo importante que ha sido esta pequeña rapaz en mi vida, en mis anocheceres en los caminos que serpentean hacia el pueblo; en las frías noches esteparias intentando escucharle contra un cortante viento que no me dejaba oír; en las alegres jornadas diurnas en las que madrugador se posaba sobre un tocón de encina…
FELICIDADES querido Mochuelo europeo.
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