viernes, 22 de abril de 2011

Almonte

            El agua verberaba en las esféricas rocas de los riberos con la vehemencia que le daban las pasadas lluvias primaverales. El agua hablaba en su natural idioma mientras se lucía coruscante ante el fulgor del sol de mediodía. Las orillas se poblaban de flores amarillas que perfumaban el rumor incesante del agua, mientras en las dehesas anejas, las sabias y provectas encinas se distraían en el lento paso de su tiempo. Por las laderas escavadas por el río pastaban serenas algunas vacas que con sus cencerros humanizaban levemente la estampa.
            Ningún ruido ajeno al paisaje y a la Naturaleza perturbaba la imaginación del caminante. Ante todo esto, el caminante curioso rememoraba aquellas bucólicas novelas pastoriles tan en boga en el Siglo de Oro; esas novelas que idealizaban los paisajes puros y apenas alterados, donde los pastores loaban y, en otros casos, purgaban sus cuitas de amor. En este entorno el caminante curioso podía ver, prestando mucha atención a su imaginación, a las míticas serranas, con su zurrón de recio cordobán al hombro, brincar de cancho en cancho, de peña en peña; porque no muy lejos de aquí hacía de las suyas la más famosa serrana de Extremadura: la Serrana de la Vera.
            Poco a poco, la ensoñación del caminante se iba difuminando mientras veía la carretera asfaltada, símbolo de la moderna realidad, que atravesaba el valle fluvial. Volvía plenamente al mundo real  tras subir una varga que lo dejó pisando el asfalto y en una señal de fondo marrón se leía: Río Almonte

No hay comentarios:

Publicar un comentario